Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sistema de recompensa


El organismo necesita garantizar las condiciones que permiten la supervivencia y desarrollo de sus individuos celulares. Hace falta comida, seguridad y posibilidades de reproducirse. Cuando falta o sobra algo se generan señales internas de desasosiego que son recogidas por diversos receptores especializados precisamente en eso: detectar estados de necesidad y amenaza.


Una estructura cerebral, denominada sistema de aversión y recompensa recibe esas quejas sobre condiciones internas y promueve la búsqueda de soluciones con conductas de exploración que incitan al individuo a tocar y probarlo todo hasta que una de sus conductas parezca controlar el desasosiego interno.


El sistema de recompensa debe grabar la conducta o consumo que considera ha devuelto la paz interna y, en el futuro, cada vez que se produce ese estado de necesidad, promoverá esa conducta considerada como restauradora.


De este modo aprendemos a seleccionar conductas de aprovisionamiento de comida, bebida, guarida y pareja.


El sistema de aversión recibe avisos de peligro o incertidumbre y promueve conductas de huida o preparación para la lucha. Ruidos, olores, sabores, movimientos del entorno... todo puede convertirse en señal de amenaza. El sistema de aversión seleccionará aquellas conductas defensivas que devuelvan la confianza en la falta de peligro.


En los primeros años miramos, tocamos, chupamos, agitamos y destripamos todo movidos por las pulsiones del sistema de recompensa que promueve la exploración de lo novedoso y la repetición de los rituales gratificantes y/o tranquilizadores.


Cada individuo va cogiendo gusto y miedo a estados y agentes distintos y va conduciéndose de modo y manera que se minimice el desasosiego.


El sistema de aversión y recompensa de Homo sapiens (m.n.t.) está influido por la observación de las conductas ajenas y por los consejos y premoniciones de los tutores expertos. Aprecia y desprecia según pautas observadas o señaladas.


Con los años aprende a consumir y evitar.


El sistema de recompensa de los sapiens (m.n.t.) está asesorado por el cortex prefrontal, esa parte anterior alojada en la frente donde se almacena el conocimiento, lo que nos permite codificar los pros y los contras de la realidad, lo que construye deseos y temores, no ya en función de instintos básicos individuales y sociales sino de lo que se cree que debe ser consumido y/o evitado según los expertos.


El conocimiento prefrontal, marca de la casa sapiens (m.n.t.), está socializado. El sistema de recompensa recoge los estados de desasosiego del intelecto y promueve las conductas recomendadas o practicadas por la manada (local, regional, nacional o internacional).


El sistema de recompensa exige obediencia a los códigos de lo señalado como amenazante y reconfortante. Si se desobedece aprieta las tuercas de la necesidad y consigue doblegar la voluntad del individuo.


- No soy partidario de tomar calmantes pero al final tengo que hacerlo


El sistema de recompensa se relaja al comprobar que, por fin, el individuo se ha decidido a tomarse la pastilla. Para la próxima le atizará más fuerte al programa dolor para que no se ande con tantos remilgos.


El sistema de recompensa es peligroso en la sociedad actual. En los tiempos de la sabana era un buen sistema. Obligaba al individuo a salir a buscar comida y pareja superando inclemencias, carencias y depredadores. De otro modo los sapiens se quedaban en la caverna pintando las paredes.


Las cavernas actuales tienen de todo y sapiens se hace el remolón y se da de baja. No es el individuo el que decide no ir a trabajar. La corteza prefrontal indica al sistema de recompensa que active la conducta de enfermedad. El sistema de recompensa enciende el programa y el individuo se siente cansado, desmotivado, pesimista, dolorido y triste.


- Me encuentro fatal. Unos me dicen que tengo depresión, otros piensan que es fibromialgia y otros sospechan que sólo tengo cuento. Yo, lo único que sé es que no puedo con mi alma y llevo así, dando vueltas por los médicos desde hace unos años...


- Tiene la corteza prefrontal llena de virus culturales. Tenemos que dar información para que construya antivirus...


- O sea... que ¿es psicológico? ¿El dolor está en mi cabeza?


- En absoluto. No es usted. Es su sistema de recompensa.


- ???????????

martes, 29 de septiembre de 2009

No todos los caminos conducen al dolor




La evolución seleccionó los programas "dolor" e "inflamación" para afrontar situaciones de destrucción violenta de células (necrosis), es decir, situaciones excepcionales en las que un agente o estado mecánico, térmico o químico supera la resistencia de los tejidos. Las células necrosadas son un peligro ya que vierten potentes tóxicos y debe procederse urgentemente a neutralizarlas y retirarlas. El dolor y la inflamación están al servicio de esa vital tarea.

Ni los tiempos ni contratiempos contienen la más mínima posibilidad de quemar, corroer ni machacar las células (externas o internas) por lo que activar la inflamación y/o el dolor es una torpeza biológica, un despilfarro intolerable de recursos. Sería como llamar a la policía y bomberos por cualquier trivialidad doméstica o callejera.

Tanto el sistema inmune como la red neuronal disponen efectivos celulares que detectan sensiblemente el más mínimo incidente capaz de generar necrosis. Los deslizamientos de los músculos, la carga mecánica osteoarticular, los roces, la actividad mental, la luz, sonido y olores, las alertas, desánimos y frustraciones, los reposos después del ajetreo, las variaciones hormonales, las conjunciones astrales y los males de ojo no justifican la catalogación de "alerta roja ni amarilla".

La promoción del "detecte y elimine los desencadenantes" (alimentos, estreses y "desórdenes" varios) no hace sino promover el alarmismo cerebral. Justificar y difundir ese alarmismo hace que los neurólogos padezcan, lógicamente, el más alto índice de migrañas de la población.

El alarmismo injustificado proviene de la cultura, de la tendencia de los sapiens (m.n.t.) a "ver" el futuro con superpoderes, con superconocimientos y revelaciones. No hay ningún soporte científico para esos miedos.

El cerebro pica alguno o varios de los anzuelos del alarmismo y enciende el dolor sin pedir permiso al usuario. Este se limita a constatar que después del "desencadenante" viene la "dolorosa" y no puede evitar caer en la falacia clásica del : post hoc ergo propter hoc: después de... luego a causa de...
Si duele después de algo es porque ese algo ha sido el causante.

Yo sólo sé que... Pues a mí me afecta... No soporto los días claros ni el viento Sur...

El usuario no es consciente de que debajo de esa aparente lógica hay una falacia alarmista y un cerebro cándido y entregado.

Deshacer falacias debiera resultar fácil pero el cerebro sapiens (m.n.t.) es cabezota y soberbio y se resiste a dar su brazo a torcer.

Si el cerebro cabezota cuenta con el respaldo y obstinación del usuario y de la "comunidad científica internacional" apaga y vámonos...

Todos los caminos conducen o conducían a Roma. Es cierto pero ese es precisamente el problema...


lunes, 28 de septiembre de 2009

El derecho a la presunción de salud




Sin pretender alcanzar el inalcanzable estado de salud marcado por la OMS (1946) como derecho: "
completo estado de bienestar físico, mental y social... y en armonía con el medio ambiente", uno tiene la más humilde pretensión de que le dejen tranquilo con su más o menos aceptable organismo.

Desde que nacemos, un ejército de esforzados e indesmayables cuidadores se ocupa de mantener las alertas respecto a todo tipo de vulnerabilidades y carencias físicas, mentales, afectivas, sociales y ambientales.

Residiendo en un organismo notoriamente defectuoso, desviado por unos instintos bajos y unas amistades peligrosas, respirando un contaminado ambiente con el horizonte inquietante del cambio climático... no hay Dios que encuentre su pequeño Norte de sentirse medianamente confortable y tranquilo.

El cerebro sapiens (ma non troppo), a la vez que aspira humos y come metales pesados, absorbe ávidamente ejemplos y advertencias de los agoreros de la fragilidad de nuestros tejidos, seleccionados para la residencia en un paraíso del que fuimos arrojados por la fruslería de la manzana y condenados a ganarnos el pan con sudores, estreses y sobrecargas musculares.

Sapiens (m.n.t.) ha mostrado siempre una extraña tendencia a la autoflagelación, a reconocerse fácilmente biodegradable (física, mental y socialmente). Huesos, articulaciones, músculos, psiques y mentes muestran ya desde la infancia síntomas de la inadecuación de nuestro endeble organismo para este infierno que nos han legado las torpezas acumuladas de nuestros antepasados.

El cerebro de los sapiens (m.n.t.) no da abasto para atender las miles, quizás millones de claves que debe atender para pillar las miles, quizás millones de goteras que irremisiblemente va a empezar a mostrar nuestro chapucero habitáculo.

Agobiado por la observación del sufrimiento propio y ajeno y por las prédicas de los cuidadores, no para de largar avisos premonitorios, "corazonadas": hambre, sed, dolor, cansancio. mareo, frío, calor, desánimo, rumiación, insommio... todo es poco para tratar de convencer al usuario de que todas las prevenciones son pocas.

El usuario recibe las premoniciones cerebrales ("síntomas") y confiesa sus fragilidades en el mercado y el ambulatorio esperando el consuelo y remiendo para ir, al menos, tirando malamente el resto de la existencia.

Los confesores certifican los augurios y ofrecen guías con sendas y caminos para contener la degradación: dietas, suplementos, relajaciones, meditaciones, agujas, fármacos, hierbas, ungüentos, magnetismos, vapores, aromas y masajes.

El cerebro sapiens (m.n.t.), de natural cándido e imitador, recoge confiado las recomendaciones y fuerza al usuario a reordenar sus modos y costumbres. Dispone para ello de una estructura poderosa: el sistema de recompensa, una artera arma neuronal que permite engatusar a YO para que crea que elije lo que hace porque "mola".

El sistema de recompensa aprieta el botón de la sensación de frío, dolor, calor, cansancio, sed, hambre... para que nos abriguemos, tomemos calmantes, nos desabrochemos, nos sentemos, bebamos y comamos. Si obedecemos deja de apretar el botón de su capricho y desaparece el castigo.

El usuario cree que sus decisiones han devuelto las garantías al organismo, han resuelto algún estado inconveniente pero no es así. Simplemente han calmado, por un rato, los pánicos y fobias cerebrales. Nos hemos vuelto adictos (obedientes) sin enterarnos.

Algo habría que hacer pera sosegar el cerebro de los sapiens (m.n.t.). De otro modo parecerá que lo falso es verdadero, que el organismo pensado para el Paraíso no sirve para esta vida y esta tierra.

Tenemos derecho a sentirnos razonablemente sanos e inocentes en nuestro razonablemente bien seleccionado y suficiente organismo, con nuestros razonablemente saludables hábitos de vida...

Tenemos derecho al sentido común.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Terapias, técnicas y aprendizaje



Los padecientes de dolor crónico, acuciados por el sufrimiento y la invalidez, viven en una situación de indefensión: no pueden interpretar lo que sucede en el interior dolorido, no saben cómo evitar el sufrimiento ni consiguen ver un horizonte de solución.


Al inicio de su penosa historia confían en que todo volverá a la normalidad, por sí solo o con la ayuda de calmantes pero el tiempo pasa y el dolor sigue allí, insensible a reposos y fármacos.


En una segunda fase, agotada la esperanza de los remedios de primera línea, emprenden la búsqueda de técnicas y terapias diversas, generalmente ineficaces.


Cuando se han consumido recursos y esperanzas entran en la fase dramática de la cronificación, del estancamiento del problema.


El factor más importante de esta situación de indefensión es la incapacidad de interpretar, visualizar, lo que sucede en la zona que aparenta generar el dolor.


Habitualmente en esa maldita zona, que uno quisiera arrancársela de cuajo para dejar de sufrir, no sucede nada. No hay tejidos frágiles, inflamados, desgarrados, comprimidos, estirados ni pellizcados. Las antiguas hernias discales, los inevitables cambios artrósicos, la osteoporosis, la rigidez... nada de eso pone en peligro el lugar. Muchos ciudadanos indoloros tienen esas mismas circunstancias. De nada serviría intercambiar las columnas.


El problema surge del cerebro. El organismo está representado, interpretado, valorado en los archivos y oficinas de evaluación. Cada pieza corporal tiene un expediente con un sello que le considera apto para el servicio, resistente, o, su contrario: zona vulnerable: no utilizar.


El sello cerebral de vulnerabilidad lleva consigo el encendido del programa dolor, proyectado sobre la zona supuestamente frágil.


El sello de vulnerabilidad debiera reservarse para los episodios agudos en los que se produce un hecho violento de destrucción de tejidos (necrosis). Una vez reparado el destrozo, el lugar recupera su resistencia normal a las actividades cotidianas y, por tanto, debiera reponerse el cartel de zona reparada, puede reutilizarse. Sin embargo, el cerebro no concede el certificado de garantía y mantiene el programa dolor.


En esa situación, los esfuerzos del individuo deben dirigirse a recuperar la confianza propia y cerebral en que nuestras acciones no producen destrozos en la zona.


El proceso de recuperación del sello que autoriza el uso consiste en poner encima de la mesa todos aquellos argumentos que convenzan al cerebro y al padeciente de que el peligro no existe. Hay que aprender a moverse sin miedo, sabiendo que ello no sólo es inofensivo sino necesario para la salud de los tejidos bajo arresto. Hay que sacar de la cárcel a un inocente... convenciendo a los tribunales cerebrales ¡y al propio encarcelado! de que ya ha cumplido sobradamente la condena del delito de una hernia discal, una infección, un desgarro o un machacamiento.


En definitiva ya no se trata de terapias ni técnicas sino de argumentos, evaluaciones, reflexiones y convicciones de validez e inocencia.


El padeciente debe aprender a verse sano, repuesto, curado, inocente, apto. Si no es así el cerebro seguirá empeñado en negar el sello de autorización para moverse.


No hay técnicas ni remedios para el aprendizaje. Sólo paciencia, sosiego y constancia y, por supuesto, seguir unos textos y tener un profe que defiendan nuestra capacitación para el movimiento, un abogado defensor que ¡crea en nuestra inocencia!

sábado, 26 de septiembre de 2009

Lorimer Moseley



Lorimer Moseley es un prestigioso fisioterapeuta e investigador australiano sobre dolor. Ayer tuve la enorme satisfacción de verle, oirle y, en definitiva, admirar su asombrosa capacidad pedagógica para encandilar al auditorio y transmitirle su mensaje fundamental:

el dolor no indica cómo están los tejidos sino qué opina el cerebro sobre ese estado

El hecho de que un fisioterapeuta sea el más esforzado predicador de la neurofisiología básica del dolor es revelador, en dos sentidos:

1) Cualquier profesional concienciado en el problema del dolor crónico llegará, antes o más tarde, a darse cuenta que detrás del dolor está el cerebro. Incluso un fisioterapeuta, criado para ver huesos, articulaciones, músculos, fascias y tendones puede darse cuenta de que toda esa estructura está movida por la red neuronal y que esa red es una red pensante, especulativa, emocionable, ignorante, falible.

2) Los neuroprofesionales (Neurólogos, Psicólogos y Psiquiatras) no ven o no están interesados en ver esa responsabilidad neuronal. Puede que fuera yo el único neuroprofesional presente en la sala.

El curso consistió en una exposición paciente, divertida, profunda y sencilla del paradigma que Lorimer Moseley (y otros) proclaman:

"pain is in the brain" (el dolor está, surge, del cerebro)

Moseley sostiene una propuesta añadida:

El conocimiento de la Biología del dolor es necesario para solucionarlo

Aclaró que no existía nada parecido a una "técnica Moseley". Esto para un fisioterapeuta puede ser descorazonador pues parece reducir las propuestas del australiano a unas teorías interesantes pero desprovistas de utilidad práctica. Espero que, tal como quería Lorimer, a los asistentes les hubiera entrado el concepto básico del papel cerebral evaluador de peligro hasta lo más profundo de sus mentes para así proceder a un cambio sustancial en todas sus facetas profesionales.

Dejó meridianamente claro el papel de la pedagogía del profesional, del daño que puede hacer con la palabra, con los términos, con la visualización de sus informaciones.

Tengo la impresión de que muchos creen entender lo expuesto pero, sin darse cuenta, no han captado el mensaje. Lo sencillo se nos vuelve complejo cuando lo queremos ver desde nuestros juicios previos.

En cualquier caso era emocionante ver a un auditorio de fisioterapeutas entusiasmado con la propuesta de ver al cerebro en los fogones del dolor.

En el curso no había azafatas, no regalaban carteras ni invitaban a coffees. El almuerzo era en el comedor universitario y me recordó los rancios aromas del rancho de los comedores estudiantiles. El hotel y el viaje corría a cuenta del cursillista y, por supuesto, ningún sponsor de la Industria Farmacéutica estaba allí para aportar su granito de arena en estos asuntos que tanto visten del Cerebro.

En definitiva, he conocido a un buen gladiador y predicador de las buenas nuevas sobre dolor, me quedo con una cierta esperanza de que desde el universo de los fisios se resuelva algo que los neuroprofesionales no van a hacerlo y me vuelvo para casa contento por sentir de cerca la presencia de un investigador que admiro con el que se ha producido un curioso fenómeno de convergencia: hemos llegado a las mismas conclusiones, sin habernos leído en el camino. Puede que, simplemente, hemos bebido de las mismas fuentes: las Neurociencias.




viernes, 25 de septiembre de 2009

El saber ocupa lugar




La percepción es una interpretación de la realidad por parte del cerebro. Si vemos una casa o una persona es porque el cerebro piensa que es la opción más probable. A veces la información facilitada por los sentidos es rotunda y hay pocas posibilidades de error pero no siempre las condiciones del entorno permiten definir con claridad el qué y el dónde. En estos casos el cerebro tiene que echar mano de sus archivos y apostar por la hipótesis más convincente.


El interior es siempre complicado de interpretar. El cerebro guarda memoria de sucesos nocivos previos propios , relatos y observaciones de daños ajenos y, sobre todo, información experta sobre posibilidades de sucesos futuros.


El interior es incierto y la tendencia alarmista consustancial a la función vigilante cerebral facilita el cultivo de "corazonadas" y malos augurios. La irracionalidad está servida.


Homo sapiens (ma non troppo) sabe,haciendo honor a su nombre, que puede enfermar y que esta vida se acaba. También sabe que los tejidos envejecen y pierden calidad, que los huesos y articulaciones se "desgastan", que las cargas y penurias físicas y psicológicas pasan factura, que lleva mala vida, que se agobia y preocupa en exceso, que habita un entorno con demasiados "cambios de tiempo", con excesivas humedades y vientos insanos.


Sapiens (ma non troppo) sabe demasiado. Su cerebro está rebosante de saberes recogidos en todas las esquinas de lo cotidiano. No le sorprende, por eso, el dolor de cabeza y de "cervicales", las contracturas, el cansancio, el insommio, la espesura mental y el desánimo.


Sapiens (ma non troppo) se sabe vulnerable y procura estirar su frágil futuro con dietas, gimnasios, meditaciones, brebajes y conjuros pero la máquina no chuta. El dolorimiento testifica la pelea inútil contra lo inevitable.


Sapiens (ma non troppo) sabe que el dolor, el cansancio y la resonancia certifican la degeneración adelantada de huesos y juntas.


Sapiens (ma non troppo) sabe muchas cosas pero ignora la fundamental: que, muchas veces, la percepción construye ficciones, pesadillas... probabilidades, temores...


La enfermedad es, en ocasiones, sueño cerebral. El organismo está razonablemente sano pero proyecta en la consciencia percepción de enfermedad.


- Está usted sano. Los síntomas corresponden a una pesadilla cerebral. Despierte a su cerebro. Hágale ver que está soñando. Tranquilícelo.


Muchos padecientes sanos no se convencen de que su padecimiento corresponde a una pesadilla cerebral. Se sienten y se saben enfermos. Tienen migrañas, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, artrosis, poco calcio, colesterol, cervicales, mala circulación y estrés...


Escribo todo esto desde Alcalá de Henares. Dentro de un par de horas escucharé a Lorimer Moseley, un sapiens australiano, experto en cerebro y dolor que sabe que el dolor "de la columna" se cuece en el cerebro. El programa de su escuela de columna habla de neuronas y deja de lado el esqueleto.


"...todo dolor es siempre una respuesta normal a lo que el cerebro considera una amenaza"


El saber ocupa siempre lugar tanto sea verdadero como falso. Moseley sabe que un buen conocimiento sobre huesos, músculos, articulaciones, tendones y neuronas, poniendo a cada uno en su sitio, es el mejor remedio frente al sufrimiento.


Conocer un mínimo sobre funciones y responsabilidades de nuestro cerebro es necesario en los tiempos que corren. Rectificar es de sabios.


Mañana les contaré lo que nos ha contado el sabio australiano.


jueves, 24 de septiembre de 2009

El silencio de los neurólogos



El dolor no asociado a un foco de destrucción activa y violenta de tejidos (necrosis) es, probablemente, el padecimiento más común y peor atendido por las Medicinas (clásica y alternativas).

Desde que Melzack y Wall definieron a mediados del siglo pasado el dolor como una percepción que contiene una cualidad sensorial determinada, un tono afectivo de sufrimiento y una evaluación sobre origen y repercusión ha habido mucha y excelente investigación para desvelar sus entresijos, en términos moleculares, celulares y de circuitos así como sus aspectos emocionales, cognitivos y sociales.

Del esquema cartesiano del estímulo doloroso----neurona sensitiva----conciencia----respuesta de evitación, hemos pasado a un complejo sistema con numerosos bucles, flujo bidireccional de información, concepto premotor de la percepción e influencia marcada de creencias y expectativas.

La percepción de dolor no emerge de la zona dolorida sino de una extensa red neuronal que se extiende desde los tejidos hasta el cerebro y que contiene diversos nodos de procesamiento entre los que se produce una interacción de ida y vuelta, continua y compleja.

La red utiliza un soporte químico para intercomunicarse pero ese soporte químico está al servicio del procesamiento de lo memorizado, de sus contenidos, hipótesis, probabilidades, previsión de riesgos, toma de decisiones, detección de error y retroalimentación (positiva y negativa). El axioma de "todo es químico, luego puede ser resuelto con química" es falso. La química biológica contiene historia y predicción (información).

Cuando el dolor es el resultado de una lesión aguda necrótica la responsabilidad neuronal y, por tanto, del neurólogo, es limitada.

Cuando el dolor surge de una disfunción evaluativa neuronal, es decir, de forma injustificada, el neurólogo debiera asumir la responsabilidad de su análisis y corrección, al igual que los inmunólogos y alergólogos se ocupan de la disfunción evaluativa del sistema inmune (alergia, enfermedades autoinmunes).

El dolor sin daño es de origen neuronal, independientemente de si se proyecta sobre la cabeza o sobre los pies, así como la autoinmunidad compete al inmunólogo independientemente de si se expresa en la piel, el riñón o los músculos.

Los neurólogos se interesan por la migraña y la blindan con una teoría "específica", con genes y desencadenantes específicos, con nociceptores y neurotransmisores específicos y, por supuesto, fármacos también específicos.

La migraña no tiene nada de específico. El dolor no contiene genes, nociceptores, químicas ni desencadenantes específicos para cada zona. La humedad no es específicamente nociva para huesos y articulaciones y el estrés y el chocolate para la cabeza. Ni siquiera son nocivos.

Cada especialista construye un apartado dentro del universo del dolor sin daño con una teoría específica adaptada a una práctica también específica. El dolor de cabeza tiene un origen óptico para los ópticos, dental para los odontólogos, témporomandibular para los maxilofaciales, psicológico para los psicólogos, digestivo para los "alimentaristas", hormonal para los ginecólogos, cervical para los "cervicalistas", sinusal para los otorrinos, y tensional (plebeyo) o migrañoso (de sangre azul) para los neurólogos.

Necesitamos con urgencia una actualización y unificación de la doctrina sobre dolor. Teóricamente es fácil: sólo hay que interesarse por lo que la Neurociencia va señalando sobre la disfunción neuronal que subyace al dolor.

Parece que lo lógico sería que los neurólogos empezaran a interesarse por la Neurociencia y acometer esa labor.

Los neurólogos callan y miran a otro lado.

¿Sensibilización central? "De lo mío no es...."




miércoles, 23 de septiembre de 2009

Sube y baja




La Neurología oficial está impregnada de la idea de que la información sube desde el lugar de los sucesos hasta la consciencia. Sólo hay flujo ascendente: lo que sucede es captado por neuronas sensitivas (los sentidos) , transformado en señales eléctricas y conducido al cerebro donde se produce la percatación de lo que ha sucedido y se decide la respuesta más conveniente.


El cerebro sería la pantalla final en la que se mezcla y proyecta toda la información ascendente.


El cerebro puede además imaginar la realidad, especular sobre ella, pero nunca puede suplantarla. El plano de los hechos reales está nítidamente diferenciado de los imaginados. Puedo imaginar un buen plato de alubias pero eso no me quita el hambre (sino todo lo contrario).


Si la imaginación invade el universo de lo real percibimos nítidamente personas u oimos músicas imaginarias dándolas por reales. Hablamos entonces de alucinaciones y damos por sentado que la mente está desvariando.


Atribuimos al trabajo imaginativo una función especuladora que nos permite interpretar la realidad, buscarle causas y efectos pero no construirla.


La pantalla cerebral de la consciencia nos proyecta el rollo filmado en tiempo real por los sentidos con una atmósfera interpretativa (pensamiento) proveniente del cerebro imaginativo. Hechos e hipótesis. Juntos pero no revueltos.


Las cámaras y micrófonos están dispersos por todos los rincones del organismo y captan inevitablemente todo lo detectable.


La Neurología oficial está también impregnada de la idea de que bajan órdenes desde el cerebro hacia los músculos.


Sube información y bajan decisiones. Neuronas sensitivas y neuronas motoras. Entre ellas una serie de centros pensantes, imaginativos, que sopesan cuál es la mejor orden posible que debe enviarse a los músculos.


Muchas veces, las más, aparece el dolor en la pantalla, expresado con todo su dramatismo y apariencia de realidad. Sin embargo no está sucediendo nada amenazante. No hay agentes ni estados destructivos. Las cámaras y micrófonos no transmiten nada que pueda corresponderse con lo que se proyecta en la consciencia. El cerebro imaginativo acopla, como siempre, sus textos especulativos, su preocupación por lo proyectado. El YO, el espectador único, percibe lo proyectado como si fuera una proyección de hechos reales.


Muchas veces, las más, sólo hay cerebro especulativo. Son todo alucinaciones de daño sin daño.


La percepción es un proceso alucinatorio limitado por los sentidos. El cerebro imaginativo construye gran parte de lo que se proyecta en la pantalla. Hay veces en que la cuota imaginaria es mínima, mandan los hechos, y otras en las que se apodera de toda la responsabilidad: no está sucediendo nada real. Es todo imaginario.


No hace falta que el cerebro desvaríe. Basta con que esté equivocado en sus hipótesis.


El alarmismo cerebral, alimentado por mala información, da apariencia de realidad a las hipótesis sobre interior.

La información sube desde el cerebro a la pantalla consciente del YO y, en el mismo momento que aflora (por primera vez y en exclusiva en forma de dolor) rebota hacia abajo notificando que algo sucede o puede suceder en una zona. La información sobre hipótesis cerebrales baja y llega hasta las mismas cámaras y micrófonos de la zona alertada.


La información siempre sube y baja y contiene siempre datos sobre sucesos y sobre hipótesis. La separación entre pasado, presente y futuro en una línea con una flecha no se corresponde con la realidad del trabajo neuronal. Realidad e imaginación están siempre fundidas, en proporción variable.


Cuando mandan los hechos debemos intervenir sobre ellos. Cuando manda la imaginación, debemos también intervenir sobre ella.

Los neurólogos imaginan genes y desencadenantes, estados anómalos de hiperexcitabilidad neuronal. Olvidan lo fundamental: la información que ellos mismos generan, difunden, y creen a pies juntillas. Así es difícil combatir las alucinaciones de daño...