Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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domingo, 31 de enero de 2010

El dolor y la homeostasis




El término homeostasis significa estabilidad. Los seres vivos precisan condiciones estables, necesarias para su supervivencia. El interior es un medio exigente que mantiene unas condiciones constantes de temperatura, concentración de sales, agua, presión arterial, volumen intravascular, oxígeno, glucosa...

Cualquier desviación de esas condiciones constantes dispara un mecanismo de regulación cuyo objetivo es recuperar la condición perdida.

Las percepciones somáticas se acoplan a algunas de las desviaciones de la posición estable obligando al individuo a una conducta de reposición. Sed para que busque agua, hambre para comida, frío para abrigo, hambre de aire para oxígeno...

Algunos autores consideran que el dolor forma parte de la homeostasis y tendría como objeto mantener la integridad de los tejidos. En general no se hacen precisiones sobre el término daño, convirtiendo así a la percepción dolorosa en un indicador inespecífico de que algo no va bien.

En mi opinión el dolor, desde el punto de vista biológico, debe ser referido estrictamente al daño necrótico, a los episodios de destrucción violenta de tejidos. Debiera indicar que un agente o estado ha consumado (o va producir si no se anula inmediatamente) una incidencia de necrosis.

La percepción de frío, hambre, sed, cansancio y dolor probablemente cumplían una función homeostática en condiciones de vida salvaje, en entornos precarios y competidos pero en nuestra civilización han perdido totalmente esa cualidad.

La percepción somática ha perdido la condición de referencia fiable del medio interno para convertirse en muchos casos en un indicador de expectativas, creencias, dependencia, adicción, miedos, incertidumbre...

El organismo ha situado el punto de confianza que garantiza el silencio somático, el "todo está en orden" fuera de la realidad. Ya no se conforma con lo que está sucediendo sino que hace cábalas sobre lo que pudiera suceder.

El cerebro probabilístico marea la perdiz del universo de lo posible y sitúa el punto de encendido de las alarmas no ya en el daño necrótico consumado y/o inminente sino allí donde la cultura alarmista lo proclama.

Si duele no es porque se haya perdido la homeostasis tisular sino la de la confianza.

La confianza es una constante deseada. Cuando se pierde se activan percepciones somáticas varias que incitan al individuo a una conducta de evitación de lo que ha generado desconfianza y/o del auxilio terapéutico (masajes, dietas, fármacos, relajaciones, ejercicio...) considerado como conveniente.

La confianza en la integridad funcional tisular es una variable homeostática. Si se pierde el cerebro presionará al individuo a la conducta que considere exigible para recuperarla.

- ¿Ha salido algo para la confianza?. ¿No hay medicamentos antidesconfianza? Me han dicho que va bien el yoga...

- La confianza vuelve si se libra usted de la desconfianza. Sus tejidos están razonablemente sanos y aptos para el servicio.

- No estoy de acuerdo. A mí me duele y eso no me parece normal. Algo tengo que tener...

- No confía en lo que le digo. Le repito: su problema es la desconfianza...


sábado, 30 de enero de 2010

Algo es algo


Theodosius Dobzhansky


El grupo de Pasquale Montagna del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Bologna propone un modelo de migraña que tiene la virtud de considerarla como la expresión de un programa, "conducta de enfermedad", seleccionado evolutivamente por su cualidad de proteger al individuo en condiciones de adversidad interna. El programa activado en la migraña es el que también se enciende en una meningits o en una rotura arterial pericerebral.


Dijo el genetista Theodosius Dobzhansky hace ya unas cuantas décadas que "nada tiene sentido en Biología si no es a la luz de la evolución". La frase se ha convertido en un principio clásico, aceptado por todos los biólogos.

En las teorías oficiales sobre migraña brilla por su ausencia cualquier consideración evolucionista. Sostienen los neurólogos que la migraña es la expresión de una genética migrañosa, anómala, que desarrolla un cerebro hiperexcitable al que basta un empujoncillo de los obsesivos desencadenantes para desplegar toda la tortura de una crisis. No hay ningún lugar para considerar al síndrome migrañoso como un programa seleccionado evolutivamente.

La simplona propuesta oficial de los neurólogos de los genes y los desencadenantes, al carecer de sustancia evolutiva, al sentir de Dobzhansky, no sería una propuesta biológica.

El grupo de Montagna da un paso adelante, al definir la crisis como una conducta y no como un simple dolor.

Las conductas programadas por la evolución tienen un propósito defensivo: presionar al individuo a la evitación o minimización de daño en los tejidos.

A partir de aquí, de identificar la migraña como expresión del programa conducta de enfermedad, hay que contestar a la pregunta clave:

¿Por qué se activa el programa de enfermedad, si no hay enfermedad?

No hay respuesta pues ni siquiera se formula la pregunta.

Algo es algo. Bueno es que vaya apareciendo la palabra evolución y el término "conducta de enfermedad" pero no estaría de más empezar a considerar el factor cultural, un factor profundamente biológico y evolucionista que marca los encendidos, desarrollos y apagados de los programas perceptivos, emocionales y motores de homo sapiens (ma non troppo).

Cualquier propuesta sobre dolor, en ausencia de daño, que no contemple la influencia del aprendizaje (experiencia propia, observación de experiencia ajena e instrucción experta) dejará de lado el factor evolucionista más importante.

Nada de la propuesta de los neurólogos tiene sentido biológico pues no está reflexionada a la luz de la evolución.


viernes, 29 de enero de 2010

Programas




Para los temas que nos ocupan en este blog es útil considerar a la red neuronal como un complejo sistema informático biológico conectado a una red que emite información de fiabilidad incierta.


La red neuronal contiene programas. Responde a los estímulos, lugares y momentos con percepciones, acciones y emociones previamente configuradas.


La percepción de hambre, calor, frío, cansancio, desánimo, dolor, angustia, pánico, aburrimiento, alegría... está programada, configurada ya antes de contactar con el entorno.


Cada percepción tiene una amplia gama de matices que se van perfilando a golpe de procesamiento de información y experiencia. Los expertos llevan descritos ya más de un centenar de tipos de dolor de cabeza, en función de su localización, cualidad, intensidad, modo de aparición, persistencia, frecuencia y supuesto desencadenante.


Podría haber también expertos clasificadores de tipos de calor, aburrimiento, picor, hambre o cualquier otra percepción pero no les ha dado por ahí...


Los programas se han ido configurando genéticamente a golpe de evolución. Han sido seleccionados por la sencilla razón de que han demostrado su utilidad para sobrevivir.


Cada programa perceptivo consigue o, al menos, pretende, una conducta del individuo con un propósito, aversivo o apetitivo. Conseguir comida sin ser comido.


El programa dolor tiene la virtud de obligarnos a atender una zona potencialmente dañada y a protegerla evitando su utilización.


Cuando la amenaza es externa el dolor se acopla a un programa motor de evitación, de apartar la mano del pincho y de la cazuela demasiado caliente.


Si el peligro es interno el programa dolor promueve la inmovilidad, la suspensión de los propósitos del individuo a favor de los intereses de la seguridad de los tejidos.


Lo fundamental de los programas es el encendido. El cuándo, cuánto y dónde de su puesta en acción.


Hay dos tipos de dolor de cabeza y de cualquier otra zona:


1- El dolor con encendido justificado.


2- El dolor no justificado


El dolor justificado se ha disparado porque la red ha detectado un estado-agente con capacidad destructiva.


El dolor no justificado se pone en marcha por previsión de peligro, por miedo somático a que en un lugar, momento, acción (o, simplemente, propósito) se destruya tejido.


El dolor, justificado o no, se edita en las mismas zonas cerebrales, al igual que un dispositivo de seguridad que ha saltado, justificada o injustificadamente, lo hace activando el mismo programa de alerta.


El profesional debe establecer en cada caso si el programa dolor está debidamente justificado por un episodio de necrosis (destrucción violenta de tejidos) o, en su ausencia, obedece a una evaluación alarmista cerebral que atribuye absurdamente a todo tipo de contingencias internas y externas una peligrosidad que no tienen.


- Me duele


- No tiene nada. Es todo normal.


- ¿Entonces...?


Aquí el profesional y el paciente debieran sacar la conclusión correcta:


- Si no hay nada, es que el cerebro gestiona de forma alarmista, supersticiosa, la seguridad del organismo.


- Vale. Me quedo tranquilo. Ya me ocuparé de que mi cerebro recupere la confianza.


Habitualmente la conclusión que derivan del "me duele-es todo normal" es:


- Serán los nervios, el estrés, anda el tiempo revuelto o una de las múltiples opciones que la cultura ofrece como "causas" del dolor...


o...


- Tiene desgaste, contracturas, "hernias de disco", tensión alta, osteoporosis o cualquier otra etiqueta "diagnóstica" de las muchas que la cultura de los sanadores ofrece para gustos de consumidores y proveedores...


Hay una tercera y peligrosa opción: la de las enfermedades misteriosas, emergentes, derivadas, según se propone, del tumulto de la vida moderna con su ajetreo, contaminación, escaso ejercicio y comida basura que perturba de forma global el organismo (
psiconeuroinmunoendocrinosocioambientobromoergonomiofascioartroosteopatías).


Las enfermedades emergentes se dotan como primera instancia de una etiqueta diagnóstica y se lanzan al ruedo de la lucha por el label de enfermedad biológica. De otro modo se les cuelga el San Benito del origen psicológico.


Existe un voluminoso apartado de síndromes, con y sin etiqueta, que son debidos a encendido injustificado de programas defensivos.


No debiera resultar tan complicado hacérselo saber a profesionales y ciudadanos que la red informática neuronal comete errores de evaluación de peligro y que pueden y deben ser detectados y corregidos.


Nada hace pensar que vayan a ir por ahí los tiros. No interesa a casi nadie. Es más productivo para todos mantener el status actual.


Los pacientes, acuciados por el sufrimiento y adoctrinados por la cultura siguen confiando en que se demuestre que están enfermos "realmente" y que se descubra la terapia que les devuelva la salud perdida. Mientras, los expertos de lo emergente sostienen que "no hay curación".


- Está usted sano. Enhorabuena. Espero que su cerebro lo crea y le deje llevar una vida normal... ¡Suerte!

jueves, 28 de enero de 2010

Nacidos para copiar






Homo sapiens (ma non troppo) no sería lo que es (para bien y para mal) si no fuera por su condición de copiador-imitador.


Nuestro cerebro está seleccionado para copiar-imitar. Podemos adquirir conocimiento observando las acciones ajenas, tomando nota de su éxito y fracaso.


El copiado es posible por una función extraordinaria de nuestros circuitos cerebrales: convertir los datos sensoriales de lo observado en el programa motor que lo ejecuta. Nos basta con mirar una acción motora ajena para reproducirla al instante con más o menos precisión.


La cosa no queda ahí. El lenguaje nos permite, incluso, reproducir internamente una simulación de una acción descrita y configurar un programa motor sin más referencia que las palabras.


La función de copia-imitación se produce consciente e inconscientemente y condiciona poderosamente nuestras acciones, percepciones, emociones y cogniciones.


Actuamos, sentimos, nos emocionamos y pensamos, influidos no sólo por nuestra experiencia sino también por la huella de lo observado y relatado.


Homo sapiens (m.n.t.) es chismoso y mirón. Lo cuenta y mira todo.


Homo sapiens (m.n.t.) es también rumiante. Repasa una y otra vez lo observado y relatado para extraer conocimiento.


Las habladurías del mundo externo asequible a nuestros sentidos están limitadas por lo sentido comúnmente. Los elefantes que vuelan (Dumbo) sólo existen en las películas.


Las habladurías sobre interior de organismo no están protegidas por los sentidos. No disponemos de sentido común. En vez de datos sensoriales tenemos síntomas pero no es lo mismo.


Los síntomas no tienen la fiabilidad de lo que vemos y oímos.


Si veo un árbol a mi derecha probablemente hay un árbol a mi derecha pero si me duele en la zona lumbar no quiere decir que existe un dolor generado allí, un algo anómalo que lo construye donde lo sentimos.


Los síntomas son datos aportados por el cerebro. Son el resultado de un proceso evaluativo en el que intervienen proporciones variables de realidad e imaginación, de pasado, presente y futuro.


El dolor aparece en ocasiones en el curso de una agresión física violenta a los tejidos pero en muchos casos se proyecta sobre una zona donde no hay el más mínimo incidente de daño. En estos casos el dolor surge del cerebro.


Un porcentaje elevadísimo de niños tiene dolores de tripas, de cabeza o de extremidades. Las pesquisas médicas habitual y afortunadamente no descubren nada anómalo.


A las tripas, cabezas y extremidades infantiles no les pasa nada. No es que hayan comido "porquerías", no quieran ir al cole o sus huesos estén creciendo. Es su cerebro el responsable. Está procesando todo el material acumulado por:


1- estímulos propios


2- observación de sucesos ajenos


3- relatos e interpretaciones


El cerebro infantil está en período de aprendizaje y aspira con avidez cuanto ve y oye.


Dicen los neurólogos que la migraña es una "enfermedad cerebral genética". ¡Santo Dios!


No hacen ni mención a la exposición inevitable del cerebro infantil a un universo rebosante de referencias a dolores, alarmas y remedios.


La genética tiene su lugar, naturalmente, y nos asigna unas cuantas papeletas de probabilidad sobre diversos rasgos pero la genética determina también el destino copiador-imitador de cada nuevo ser humano y de lo que se copia-imita deviene lo que luego uno se lamenta.


No hay una genética del jugador de baloncesto. Hay una genética de las tallas altas y luego está la alimentación, las canchas de baloncesto, Pau Gasol... y muchas cosas más a copiar-imitar...


No sólo replicamos ADN. También replicamos cultura.


Así nos va... Para gustos... Está todo escrito

miércoles, 27 de enero de 2010

Naufragos




El cerebro está de moda. Mola.

Los neurocientíficos (físicos, matemáticos. biólogos, químicos, lógicos, lingüistas, filósofos, psicólogos... y algunos psiquiatras y neurólogos atípicos) no dejan de aportar datos sobre la vida de las neuronas.

Las Neurociencias debieran haber cambiado el modo de operar de los médicos en algunos terrenos.

La Neurobiología del dolor debiera estar de moda, en boca de profesionales y ciudadanos pero los pacientes siguen pensando que...

- Todo esto es muy interesante pero muy complejo y no creo que me vaya a solucionar nada.

Seguimos atados angustiados al madero de las terapias, de fármacos, agujas, meditaciones, dietas y conjuros.

Necesitamos soltar las manos de las supuestas soluciones y tratar de aprender a flotar en el agua.

Me he despertado con esta reflexión para escribir la entrada y me encuentro con un testimonio desgarrado de una paciente migrañosa, María, que, justamente describe la situación de niña asustada que no consigue soltarse de los calmantes porque tiene a su lado un carcelero atento que le atiza con el dolor si intenta hacerlo.

María vive enganchada por dictado de la migraña a los fármacos, a los triptanes.

Su cerebro exige con el dolor que se consuman esas moléculas, cuya única aportación es introducir algún confuso y modestísimo cambio en la complicada química de la ejecución de la orden cerebral de mantener la alerta roja en la cabeza.

El cerebro de María no es capaz de conceder un momento de sosiego si no dispone de la garantía de que se ha tomado "la pastilla".

No es un problema químico. Es un temor cerebral absurdo que niega el derecho a la vida.

¿Cómo se llega a esta situación?

No son los genes de la migraña. No existen.

No son los desencadenantes, los cambios hormonales, las perturbaciones meteorológicas, los estreses de la vida moderna ni la contaminación.

La migraña es la consecuencia de un adoctrinamiento. Es un producto cultural. Un encadenante.

La cultura no es sólo una herramienta intelectual que nos capacita para poder leer libros, ver monumentos y escuchar conferencias. La cultura envuelve al recién nacido e interviene poderosamente en la configuración de sus programas motores, emocionales y perceptivos. La cultura guía el proceso de catalogación de lo que es peligroso e inconveniente.

La cultura convierte la cabeza, el lugar más protegido del organismo, en un enclave sensible, vulnerable, al que le pueden afectar, según sus proclamas, todo tipo de variaciones irrelevantes (respecto a la integridad física).

La cultura sobre dolor de cabeza está rebosante de insensateces biológicas, de supersticiones y falsedades, proclamadas por una variopinta corte de sanadores que no tienen ningún recato en sostener teorías y prácticas desprovistas del más mínimo fuste teórico.

El cerebro humano está socializado. Actúa a golpe de enculturación. El sistema de defensa neuronal está socializado. Nos defiende de los enemigos que contempla su adoctrinamiento.

El cerebro está protegido contra la necrosis (el único suceso que justifica el encendido del dolor) por el cuero cabelludo, el cráneo, las meninges y la barrera hematoencefálica. Vive en un recinto sólido, con todo tipo de previsiones evolutivas que garantizan su integridad.

Falta la barrera cognitiva, la que debiera protegernos de las falacias.

- Se han producido avances espectaculares en el conocimiento de la migraña, que facilitarán nuevos fármacos en el futuro.

En 1992 se anunció a bombo y platillo en los titulares de los informativos el fin de la migraña. Habían aparecido los triptanes, familia de activadores de un determinado tipo de receptores de serotonina, que según sostenían sus promotores, marcaban una nueva era, un antes y un después.

La migraña sigue ahí, probablemente con más presencia y saña que en 1992.

- En la lucha contra la migraña necesitamos promover la información. No se hacen las cosas bien. Si los ciudadanos conocieran y aplicaran nuestra doctrina todo estaría razonablemente controlado...

Los neurólogos que proclaman esta recomendación tienen una incidencia de migraña casi diez veces superior a la de los ciudadanos que deben atender.

¿Más información... de lo mismo?

Me temo que, como es bien sabido, todo puede empeorar aún más.

La migraña no aflojará hasta que haya un proceso profundo de saneamiento sobre lo que se dice, se cree y se teme sobre ella.

Mientras no llegue esa renovación habrá muchos pacientes como María, agarradas a los triptanes o a lo que sea porque no ven la manera de encontrar el alivio.

- La migraña crónica es debida al abuso de analgésicos...

Es lo que sostienen los neurólogos en sus congresos...

- Tiene que dejar los calmantes. Tiene usted adicción. Está enganchada

- Ustedes me recomendaron que me los tomara tan pronto como notara el dolor...

- Ya, pero una cosa es el uso y otra el abuso...

Si el barco se hunde hay que salir de él y echarse al agua no para ahogarse sino para agarrarse a algo que flote y llegar a la orilla, que está más a mano de lo que se piensa...

martes, 26 de enero de 2010

El conmutador del peligro necrótico. Neuronas ON, neuronas OFF





El dolor es algo de quita y pon. Viene y va. Se enciende y se apaga en función de la evaluación de peligro-calma. Una compleja red de centros cerebrales se activa o desactiva para proyectar la percepción dolorosa si se detecta u olfatea necrosis.

Existe en los sótanos cerebrales un grupo de neuronas que se encargan de facilitar la generación y tráfico de señales de peligro (nociceptivas), las
"neuronas ON", y otro que genera el estado opuesto: impide que las señales de peligro lleguen a los centros cerebrales responsables de la percepción de sufrimiento, las "neuronas OFF".

Especialmente cuando sentimos dolor, nos gustaría tener un mando a distancia para apretar el OFF. Un chorretón de opiáceos se encargaría, al momento, de eliminar el flujo de señal nociceptiva hacia los centros del sufrimiento. Sólo habría información. Las señales de peligro podrían ser analizadas fríamente en el cerebro, desprovistas de relevancia emocional.

En las unidades de dolor insertan dispositivos de bombeo de morfina para ser activados a demanda por el paciente cuando el dolor aprieta. Es el equivalente a las neuronas OFF.

El cerebro activa el ON cuando quiere disponer de información nociceptiva amplificada, sensible, en estados en los que se ha consumado el daño necrótico o se teme (con más o menos fundamento, que pueda producirse). La posición ON hace que estímulos habitualmente inocuos generen señal de peligro que fluye sin filtros hacia las áreas cerebrales del dolor.

Cuando dormimos, luchamos, huimos, defecamos, masticamos... se activa el OFF para proteger la acción.

No es que el sueño quite el dolor. Sucede que el cerebro amortigua el sufrimiento para proteger el estado del sueño, necesario para procesar la información debidamente. Cuando lo considere oportuno el cerebro quitará el OFF y repondrá el ON.

- A veces el dolor me despierta. Yo estoy dormido... no estoy pensando que me va a doler...

Si uno duerme es porque el cerebro le ha desconectado. Si quiere tenerlo despierto vuelve a conectarlo al mundo con los recados que considere oportunos:

- ¡Despierta! La cabeza está en peligro...

- Me duele la cabeza

- ¡Me lo temía!

La valoración de amenaza a las cuatro de la madrugada hace que el cerebro quite el OFF y reponga el ON.

El dolor no nace de esas neuronas ON sino del cerebro. El encendido ON sensibiliza las señales de peligro. Alimenta la sospecha de alarma. Disminuye el umbral del dolor. Anula filtros y amplifica.

- Si muevo la cabeza algo se mueve dentro como si... Es horrible. Todo duele: los ruidos, las luces, los olores...

Las neuronas ON y OFF no se encienden y apagan solas. Están sometidas al ámbito de las decisiones cerebrales o al de los sucesos, en tiempo real.

El cerebro evalúa calmas y tempestades, predice y/o constata el peligro y en función de ello aviva el sentido del daño o lo adormece.

En el dolor crónico el encendido está automatizado, acoplado a momentos, lugares, acciones... No sucede nada pero el cerebro actúa como si el organismo fuera vulnerable, frágil... y las acciones y propósitos del individuo inasumibles por su peligrosidad.

- Necesitamos un mando a distancia para regular a demanda el dolor.

- Ya lo tiene: su voluntad, la decisión de tomar calmantes, meterse al cuarto oscuro... Usted intenta calmar el dolor. En realidad tiene que conseguir calmar a su cerebro. Eliminar su temor irracional al daño necrótico. Tiene que hablarle... No utilice el engaño de los bálsamos milagrosos. Si no cuela, su cerebro ya no le hará caso. Los calmantes no le calmarán y su cerebro le exigirá con un apretón de dolor que vaya a urgencias a que le pongan algo "en la vena".

- Eso es muy difícil. No sé cómo hacerlo...

- No busque remedios complicados. Es sencillo. Hay miedo en el organismo. Probablemente el miedo es injustificado y debe restablecerse la calma. Con argumentos, con palabras... no con engaños "calmantes"...

El conmutador del dolor en ausencia de daño está en la corteza prefrontal, el lugar donde se toman decisiones apoyadas en la información sobre peligros, el lugar donde reside el impacto de la enculturación. El trabajo debe hacerse allí, eliminando falacias, augurios, presagios, supersticiones y sustituyéndolas por información sobre la biología del sentido del daño necrótico y del sentido del peligro de que tal cosa suceda.

- Si no lo veo no lo creo

- A veces es así pero en este caso es: Si no lo creo no lo veo... Al menos así lo creo y veo yo.

lunes, 25 de enero de 2010

Atención




Ponemos atención a lo que nos importa, a lo que concedemos relevancia.

Miramos, escuchamos y palpamos... aquello que nos interesa a la vez que vemos, oímos y tocamos el fondo confuso de lo irrelevante.

Activamos el foco atencional donde y cuando detectamos o anticipamos algo significativo.

A veces nos sentimos agentes, gestores de la selección atencional y otras somos más bien pasivos, vamos a remolque de lo que sucede.

Los síntomas: el dolor, el hambre, el mareo, la sed, el picor, el frío, el cansancio... son estados atencionales. Toda percepción es un estado atencional. Contiene una selección de un aspecto de la realidad, un atribución de relevancia a un momento y lugar.

El hambre dirige la atención a los alimentos, la sed al agua, el picor a los parásitos y tóxicos cutáneos, el cansancio al reposo, el frío al abrigo...

Los síntomas solicitan una conducta, con apremio variable.

El dolor incita a la evitación de daño necrótico, a alejarnos de pinchos, cazuelas calientes y objetos móviles en nuestro espacio peripersonal o a quedarnos inactivos frente al daño interno consumado, inminente o imaginado.

No todo lo seleccionado merece ser atendido. No todos los síntomas contienen justificación.

No hay que comer, beber, rascarse, abrigarse o inmovilizarse siempre que aparece la incitación a hacerlo.

La demanda cerebral de que atendamos lo que, desde su punto de vista, tiene trascendencia aquí y ahora se apoya en la propiedad de los síntomas de forzar a que el individuo atienda también lo reclamado, que comparta el interés, que sea cómplice.

Si la selección cerebral está justificada, lo sensato es acoplarse voluntariamente a lo solicitado y buscar comida, agua, abrigo o reposo.

Si el cerebro plantea una hipótesis injustificada, si selecciona una posibilidad-probabilidad absurda, hipocondríaca... el individuo no debe dejarse arrastrar por la presión del síntoma sino despreciar la invitación atencional de su cerebro y centrarse en lo que él previamente tenía seleccionado y su cerebro trata de interrumpir.

El conflicto atencional estalla en numerosas ocasiones entre el cerebro y el individuo. Cualquiera de los dos puede tener razón. El equivocado debiera dar su brazo a torcer.

El dolor, en ausencia de daño necrótico (consumado o inminente), consigue que el individuo ponga su atención en una conducta de evitación, se inmovilice, rechace estímulos representativos del mundo y se tome el "calmante" exigido por el guión. No hay ninguna justificación para atender la demanda irracional cerebral. Lo sensato sería despreciar el requerimiento, continuar con lo seleccionado por el individuo.

Desviar la atención del dolor a nuestras tareas puede tener un resultado variable, a corto y medio plazo.

Para desatender al cerebro con éxito debemos argumentar.

El conflicto atencional entre cerebro e individuo exige racionalidad, justificaciones. Si se limita a una pelea entre intereses, generalmente gana el cerebro y el individuo acaba en el cuarto oscuro después de tomarse el calmante y dejar el ordenador.

Cuando el cerebro está equivocado debemos hacernos con el mando a distancia de los recursos atencionales. Si no nos dotamos primero de razones biológicas, perderemos. Al cerebro le traen sin cuidado los argumentos "personales", la necesidad de preparar un examen...

- No salgas a la calle que puedes coger frío y enfermar...

- Es que... he quedado con los amigos para jugar al fútbol...

- Ni hablar. Vas a sudar y enfriarte...

domingo, 24 de enero de 2010

La química de las palabras





En los estudios sobre placebo-nocebo se indica a los voluntarios que se les ha aplicado una crema que va a disminuir o aumentar el dolor producido por estímulos dolorosos (lasser, p.ej).


La palabra "disminuir", acoplada a la crema inerte, alivia el dolor a un porcentaje de ellos mientras que la palabra "aumentar" intensifica la sensación dolorosa.


¿Qué tiene de mágico la palabra "disminuir" para inducir una serie de cambios químicos en el complicado circuito del dolor? ¿Cómo consigue poner en danza endorfinas, serotoninas, noradrenalinas, glutamatos, sustancia P y un largo etcétera...?


¿Qué energía negativa contiene la palabra "aumentar" para hacer que la crema inerte se transforme en un activador químico de los neurotransmisores de la percepción de dolor, justo en sentido opuesto al de la palabra "disminuir"?


Basta aplicar el antagonista de las "endorfinas" (opiáceos endógenos), la naloxona, para que (en gran parte) la palabra "disminuir" pierda su eficacia.


Si a los analgésicos les quitamos las palabras, si los administramos de forma oculta, sin notificar que lo estamos haciendo, apenas hacen nada.


Las palabras modulan la química neuronal, la encienden, aceleran, estabilizan, desestabilizan, frenan y/apagan.


- No me convence. Total no hace mas que hablar. Perdí la mañana. Necesito una solución, que me manden algo para el dolor.


Homo sapiens (ma non troppo) vive entre palabras. El ronroneo verbal no tiene respiro. La química del dolor (en ausencia de daño) es la química de las palabras, de las expectativas y creencias.


- El dolor aparece porque el cerebro cree que existe peligro. En su caso creo que está equivocado.


- Y ¿cómo podemos eliminar el error?


- Con palabras, con argumentos, con información...


- ¿Así, sin más... sólo hablando?


Hay un diálogo continuo entre el cerebro y el individuo. A veces es tan rutinario que ni siquiera nos damos cuenta. En cada episodio de dolor el cerebro habla con el individuo.


Como sucede con las conversaciones "reales" puede haber acuerdo o desacuerdo entre los interlocutores.


- Usted está de acuerdo con su cerebro alarmista y le refuerza los temores. Obedece sus consejos. Apaga el ordenador, se mete a la habitación a oscuras y se toma el "calmante".


La dinámica de la conversación es la de los bulos: "dicen que..." "¡ya lo he oído!... por lo visto..." "¡no me digas...!"


El individuo debiera desbaratar la inquietud cerebral de que algo terrible (necrosis) va a suceder en la cabeza.


- Anda cerebro... apaga la alarma. Porque haya salido viento Sur no va a infectarse, quemarse, desgarrarse ni corroerse nada... No hagas caso de las habladurías...


- Preferiría que no salieras de casa y te quedaras en la cama, con el calmante... me han dicho que el viento Sur...


- Hazme caso. Estáte tranquilo. Vuelve a ponerme la química del "no hay peligro". Suelta la endorfina y la dopamina, que necesito preparar el examen...


Las habladurías son peligrosas por su poder de trastocar la química cerebral del sentido común.


- ¿No hay nada para el sentido común? Con los adelantos de hoy en día ¿cómo es que no han sacado nada para que el cerebro acierte en sus decisiones?


- La solución siempre ha estado ahí delante de nuestras narices, o mejor dicho, de nuestros ojos y oídos. El problema es que nos ponemos vendas y tapones...


La solución y la condenación es cosa de palabras, de imágenes...


- Vale... pues dígame algo que me baje la colecistoquinina y me suba la endorfina...

sábado, 23 de enero de 2010

Empatía






Vi en la consulta recientemente a un paciente con dolores de cabeza. Hablando sobre los mecanismos cerebrales del dolor me confesó que tendía a reproducir fácilmente los síntomas observados o referidos por otras personas.


- Hace unos días ví un programa en TV sobre prótesis de rodilla con imágenes de la intervención. Mientras observaba la agresión física de la colocación de la prótesis sentía dolor.


- ¿En qué lugar?


- En la rodilla claro. No era muy intenso pero era claramente dolor.


Hay estudios que demuestran en voluntarios la generación de dolor por observación de escenas de necrosis tisular. Los estudios se realizan con RNMf lo cual permite objetivar y cuantificar la actividad sináptica de las zonas cerebrales responsables de la generación de dolor y validar así que el relato de los sujetos del experimento es verídico.


El cerebro humano es empático para bien y para mal. Copiamos e imitamos. El resultado del proceso de copia es impredecible. Extraemos información de la observación, que luego será procesada y dará lugar a decisiones variables.


El copiado se refiere tanto a efectos negativos como positivos. Nocebo y placebo.


La socialización de los síndromes, la existencia de asociaciones de pacientes en las que se produce un trasiego incesante de relatos sobre los síntomas, su origen y posibles remedios influye poderosamente en la evolución de los síndromes si estos corresponden al grupo de "síntomas en ausencia de enfermedad".


El efecto varia en cada caso y puede ser positivo o negativo. Me limito a señalar la trascendencia del agrupamiento de los pacientes en colectivos en los que se produce una referencia continuada a los síntomas.


La epidemiología de las creencias tiene similitudes con la epidemiología infecciosa. Hay contagio, inmunidad, predisposición, resistencia, cronificación...


Las ideas y creencias sobre enfermedad (no asociada a daño) pueden ser el agente patógeno que genera la enfermedad si encuentra un huésped (sistema de creencias cerebral) adecuado.


No estaría de más que, en el marco de la analogía con las enfermedades infecciosas, existiera una sensibilización hacia el riesgo que contienen las propias ideas sobre enfermedad que diera lugar a medidas preventivas.


La función de copia-empatía-socialización es clave para la supervivencia humana pero constituye también nuestro talón de Aquiles pues puede convertirse en generadora de todo tipo de síndromes en ausencia de enfermedad.


El problema no reside en la empatía hacia el sufrimiento ajeno sino en el proceso de copia de las convicciones sobre origen de los síntomas, propios y ajenos.


Puede que, en ocasiones, no estemos copiando al compañero adecuado. Puede que esté haciendo mal el examen...

viernes, 22 de enero de 2010

Plasticidad




Las conexiones interneuronales tienen un grado de fijeza variable. Hay ligaduras fijas, inamovibles, mientras que otras pueden ser eliminadas o establecidas según el curso de los acontecimientos y, sobre todo, la forma en que son evaluados.

La propiedad de las conexiones de nacer, fortalecerse, debilitarse y/o morir se conoce como
plasticidad.

El cerebro es plástico. Hasta que fallecemos sigue buscando la conectividad más rentable para la supervivencia física y social,
según su sistema de creencias y valores.

Las creencias sobre integridad tisular (pasada, presente y futura), sobre los riesgos que las acciones del individuo crearon, crean o pudieran crear, guían el proceso de reafirmar redes de conexiones o deshacerlas para ser reemplazadas por otras de signo contrario.

La cronificación del dolor indica que hay establecida una conectividad que mantiene, contra todo viento y marea de lógica, un programa defensivo de alerta continuada que tiene al individuo en un ay! y le impide desarrollar una actividad normal.

Los tejidos de las zonas doloridas están aptos para el servicio. La acción solicitada generalmente no supone ninguna amenaza para su integridad. La inactividad, sin embargo, implica un fortalecimiento de la conectividad que mantiene la proyección injustificada del dolor sobre la atormentada consciencia del individuo.

El encendido hipocondríaco cerebral del programa dolor-cansancio-desánimo sólo genera mortificación, degradación celular por desuso e, incluso, empobrecimiento de las ramificaciones neuronales. El bosque neuronal de determinadas zonas cerebrales acaba ofreciendo un aspecto raquítico con árboles (neuronas) de escasas ramas y hojas. Los árboles están vivos pero algo falta en el terreno del que se nutren o no disponen de la necesaria iluminación.

El bosque neuronal retomaría un aspecto normal si desapareciera el miedo a la necrosis, la convicción de que la acción del individuo no implica amenaza ni fracaso.

A la conectividad neuronal no le falta materia prima. No hay desabastecimiento de serotoninas, dopamina, noradrenalina ni endorfinas. Tampoco hay virus ni tóxicos que hayan generado daño. Nada impide la puesta en marcha de una conectividad normalizada que no sólo permita sino que incluso promueva la acción.

Falta convicción, garantías, confianza.

La conectividad cerebral está agarrotada por virus informativos, culturales.

No disponemos de sistemas de antivirus en el mercado. Sólo tenemos información, datos... El cerebro los utilizará en la medida que:

1- considere que sus creencias actuales son falsas (virus)

2- la nueva información sea válida

Si el cerebro detecta virus y dispone de nueva información validada por su red evaluativa se dedicará a desactivar conexiones defensivas y reabrir las que incitan al individuo a moverse sin temor. Aplicará los antivirus correspondientes reabriendo el flujo de señal por la red de programas perceptivos, emocionales y motores que soportan la cotidianeidad de un individuo gestionado por un cerebro con sentido común.

No sabemos cómo hacer para que el proceso tenga éxito. Sólo podemos presentarlo, conseguir que se entienda, crea y aplique. El individuo no manda, no puede retocar sus conexiones, pero, a través de la escucha, lectura, reflexión, imaginación, decisión... puede ir arañando votos en el parlamento neuronal, inclinando finalmente la balanza hacia opciones cerebrales más permisivas.

Puede que, en muchas ocasiones, estemos dando el voto a las opciones que prometen mucho pero que en el fondo no hacen sino mantener un estado represivo.