Se puede tener un cáncer y encontrarse bien o estar sometido a un sufrimiento e invalidez considerables sin que los médicos encuentren pruebas de enfermedad. La Medicina no ofrece respuestas aceptables para esta última situación y recurre arbitrariamente a negar la realidad del sufrimiento, haciendo aún más insufrible el calvario de los pacientes. Este blog intenta aportar desde el conocimiento de la red neuronal un poco de luz a este confuso apartado de la patología.

We may have cancer and feel good, or be submitted to substantial disability and suffering without doctors finding any evidence of disease. Medicine gives no acceptable answers to the last situation and arbitrarily appeals to denying the reality of suffering, making the calvary of patients even more unbearable. This blog tries to contribute with the knowledge of the neuronal network, giving a little light to this confusing section of pathology.

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jueves, 31 de marzo de 2011

El cerebro sí duele



No le resultará complicado encontrar textos sobre dolor en los que solemnemente se afirma que el cerebro no duele. Podemos estimularlo mecánicamente, eléctricamente, sin obtener dolor. Penfield y Jasper se dedicaron a estimular la corteza en pacientes despiertos y registrar los fenómenos perceptivos y motores evocados. Así dibujaron un mapa, una representación del cuerpo a nivel cerebral, el famoso homúnculo.

El dolor, dicen (no hagan caso), es cosa de tejidos perturbados. Allí se genera, allí hay "receptores de dolor" que lo captan y conducen por las rutas del dolor hasta los "centros del dolor", lugares cerebrales en los que el dolor se hace consciente y en los que se le añade la vivencia de sufrimiento, una interpretación sobre su relevancia (origen y consecuencias) y se prepara una respuesta. Eso dicen, aunque no sea cierto.

Algunos investigadores estrafalarios y disonantes sostenían que algunos de sus cerebros sí generaban dolor cuando se les estimulaba. Eso sí, sólo sucedía si la estimulación se producía en la ínsula y en el opérculo, áreas ocultas, residentes en el profundo valle silviano. A los disonantes se les contestaba con cierto desdén que eso no era posible y que, con toda certeza, lo que estimulaban eran meninges y vasos, tejidos a los que sí se les reconoce la condición doliente. El cerebro no duele. Axioma. 

Recientemente el grupo de Luis García-Larrea, reputado investigador español de la Universidad de Lyon ha descrito en PAIN un caso de crisis epilépticas manifestadas por dolor en un hemicuerpo. En el curso de las crisis pudieron registrar la actividad correspondiente en la ínsula y evocarlas con estimulación eléctrica. El foco epiléptico correspondía a un área displásica (malformativa, con fallos en su desarrollo). Su eliminación acabó con las crisis.

En los tejidos se producen daños, estos daños generan señales que son detectadas por sensores de indicadores de daño o presencia de agentes y estados dañinos, presentes en la membrana de las neuronas vigilantes y detectadoras de nocividad consumada o inminente (nociceptores). La información sobre sucesos y estados de nocividad consumada o inminente viaja hacia diversas áreas de respuestas defensivas y, especialmente, en los primates, llega a la ínsula, lugar en el que se genera la sustancia primaria de la cualidad dolorosa. De allí surgen conexiones a otras áreas en las que se complementa esa cualidad dolorosa con toques afectivos, interpretativos, motores, atencionales, conductuales. La activación conjunta de todo ello, proyectada en la misteriosa pantalla de la conciencia da lugar a lo que describimos privadamente como dolor.

La estimulación del cerebro olfatorio produce olor, la del cerebro visual luces, la del auditivo sonidos y la del cerebro doliente, dolor.

Para hacer cosquillas hay que separar el brazo y estimular los sobacos. Para producir dolor hay que separar los bordes del valle silviano y estimular la ínsula.

El cerebro, duele.

Lo dice Luis García-Larrea, que de dolores y cerebros sabe un rato... 

miércoles, 30 de marzo de 2011

Fin de ciclo



"Miró al soslayo, fuese y no hubo nada..."

Se ha cerrado mi ciclo profesional. Hoy es mi último día. Me jubilo.

Seguiré con el blog y participando en cuantas iniciativas se propongan para difundir conocimiento sobre neuronas y percepción corporal.

Dejo el mundo institucional (Osakidetza) tras varios años de predicar en el desierto de mi Hospital con el desaprecio más absoluto de lo que pudiera aportar con mis propuestas. 

El cerebro, las neuronas, tienen algo de tabú para profesionales y, en mucha menor medida, para los padecientes.

Es llamativo e insufrible el desaprecio respecto a lo que se ignora. Pocos admiten que se perturbe la calma autocomplaciente de las doctrinas políticamente correctas, de sus protocolos consensuados. La migraña, se sostiene, es una enfermedad cerebral genética. Punto. Sólo queda esperar la identificación de los genes responsables para proveer del antídoto específico para cada individuo, previa presentación de la tarjeta genómica. Todo lo que no sean aportaciones moleculares es pura charlatanería. Pérdida de tiempo. 

El conocimiento sobre procesos neuronales debiera haber impuesto un giro radical en las concepciones y propuestas de los neurólogos. No hay ningún atisbo de que así sea. Cuestiones básicas como percepción, emoción, cognición, motricidad, placebo, empatía, neuronas espejo, copia eferente, sistema de recompensa, toma de decisión, detección de error, nocicepción, procesamiento de información, lógica bayesiana... resultan materia exótica para quien se siente confortablemente instalado (con el oportuno apoyo de Farmaindustria) en el universo de los nuevos fármacos.

Los textos siguen contaminados por un léxico sintomático. Se sigue hablando de receptores de dolor, señales de dolor, vias de dolor, centros de dolor. Se sigue sosteniendo que el cerebro no duele si se le pincha y que como las únicas estructuras dolientes intracraneales están en las meninges y sus grandes vasos allí hay que buscar el origen del dolor, en el "eje trigéminovascular". La realidad es que nunca se pinchó la zona doliente cerebral por la sencilla razón de que está oculta, en la profundidad del "valle silviano", en el lóbulo de la ínsula. Si se pincha allí con el individuo despierto, este confirma que duele... El cerebro sí duele... si se le buscan los puntos sensibles.

El dolor es cosa de antinflamatorios, triptanes, antidepresivos y anticomiciales, estimulaciones electromagnéticas, electrodos, toxinas botulínicas, desinserciones de músculos contracturados... e información, mucha información... Hay que sensibilizar al ciudadano y al profesional. Jornadas, congresos, campañas, días mundiales contra el dolor... pero ni palabra de los riesgos de la información.

"Voto a Dios que me espanta esta grandeza..."

La semana pasada estuve en un Instituto hablando de neuronas y dolor. Todo era novedoso para los estudiantes. Sus mentes estaban igualmente abiertas para la Neurociencia como para la Homeopatía o la Acupuntura. Sus cerebros ya estaban colonizados por la cultura alarmista del dolor por todo y el remedio para todo. Intenté alertarles respecto al adoctrinamiento, la enculturación, la imitación de lo ofrecido como sagrado sin más argumento que el de la pertenencia identitaria. Ciencia frente a mercado y cultura. Libertad desde el conocimiento esforzado, crítico, explorador, riguroso...

El cerebro es muy interesante y vende audiencia en los medios pero hay que apartarlo de nuestros cuerpos. Es cosa mental y no de organismo. Con la salud no se juega. Nada de discursos. Soluciones, soluciones...

"Miró al soslayo, fuese y no hubo nada..." 

lunes, 28 de marzo de 2011

Hablar con el cerebro



Las propuestas pedagógicas de este blog pretenden aportar conocimiento sobre los procesos neuronales básicos que subyacen en la génesis de la percepción corporal. 

En ausencia de daño o disfunción relevante, los síntomas (dolor, mareo, cansancio...) son secundarios a una evaluación inadecuada de amenaza por parte de la red neuronal.

La toma de decisión cerebral no se corresponde con la situación física real de los tejidos sino con el modo como el cerebro valora una posibilidad, en ocasiones altamente improbable. La sirena suena porque el sistema de seguridad valora la posibilidad del robo. Existe temor aun cuando no haya ningún caco merodeando.

La activación facilitada, recurrente, crónica, inmotivada, del síntoma procede de un cerebro alarmista sesgado hacia la consideración catastrofista (incluso supersticiosa) de estados y agentes.

El objetivo del profesional es explicar este proceso, una vez se ha descartado una causa relevante.

La tarea no es fácil, por muchos motivos. El primero de ellos, la novedad de lo que se expone.

- Es la primera vez que oigo hablar del cerebro en una consulta...

Además de novedoso puede resultar complejo, difícil... pero no lo es. Se utilizan metáforas, analogías. Los ejemplos contienen la esencia del proceso. El cerebro actúa como un sistema defensivo que evalúa peligros. Lo mismo sucede con los padres respecto a sus hijos o con los vigilantes de seguridad de un edificio. La vigilancia debe anticiparse a los hechos, valorar la posibilidad y la probabilidad y decidir actuar cuando consideren que existe peligro.

Novedoso, complejo... y pretencioso:

- ¿Sólo hablando?

Parece a algunos que pretender modificar las cosas sólo con palabras es iluso, fantástico, esotérico. Piensan que uno es un iluminado, un guru al que se la ido la olla y se autoconsidera investido de poderes paranormales. 

También choca la apelación al trabajo activo por parte del padeciente. Hay que cambiar el chip, las expectativas y creencias y la conducta de afrontamiento del síntoma.

- El organismo está razonablemente sano pero el cerebro está equivocado respecto a lo que sucede o pueda suceder en ese momento, lugar y circunstancia. Probablemente no está sucediendo ni suceda lo que teme. 

Al ser el cerebro un órgano que emula, representa la realidad el individuo percibe el resultado de esa consideración virtual de los hechos (en ausencia de ellos). 

Novedoso, complejo, pretencioso... increíble.

- Así que debo hablar con mi cerebro y decirle que no tiene que dolerme, que el mundo no gira, que no falta energía...

El diálogo con el cerebro existe, sea uno o no consciente de ello. Cuando hablamos es el cerebro el que construye el habla. Nosotros somos oyentes más o menos complacientes con lo que el cerebro propone a través de las palabras. Cada célula habla consigo misma, con sus vecinas y con el organismo entero. Un organismo es un diálogo constante bidireccional entre todos sus individuos celulares. Las serotoninas, adrenalinas, dopaminas, endorfinas, sustancia P, CGRP, oxitocinas, colecistoquininas, prostaglandinas... no son sino palabras, mensajes, órdenes...

La conciencia es el ámbito en el que se produce el diálogo del sistema con el individuo. Allí el organismo propone conductas, interacciones con el entorno y lo hace a través de la percepción, la atención, motivación, ideación y motricidad. 

Varias veces por segundo surge a la conciencia el flash del trabajo evaluativo cerebral y las mismas veces el individuo devuelve hacia el sistema su valoración sobre lo recibido. 

Si el dolor surge de un estado evaluativo erróneo el individuo recibe en su conciencia una percepción innecesaria, mortificadora, real, pero que expresa sólo un temor cerebral. El individuo debe proyectar hacia el cerebro su convicción de que se trata sólo de un exceso catastrofista cerebral y debe tratar de imponer su deseo de proseguir con la tarea en curso. El diálogo cerebro individuo es el que va marcando la conducta perceptiva cerebral y lo que el individuo decide hacer (dejar la tarea, retirarse a la habitación, tomar el analgésico... o negarse a ello). 

El resultado del proceso de diálogo es impredecible. No hay fórmulas para inclinar la balanza hacia la racionalidad. Sólo tenemos convicciones frente a los miedos de los sistemas de memoria cerebrales.

En el diálogo cerebro-individuo la química, la electrónica y la informática neuronal bailan al son de lo que las palabras contienen. El efecto nocebo del alarmismo y el antinocebo de la racionalidad promueven e inhiben la liberación de moléculas y potenciales eléctricos informativos.  

La química externa modifica el discurso cerebral y el discurso externo modifica la química interna.

Si el cerebro y el individuo comparten opinión equivocada no hay nada que hacer sino plegarse a lo que ambos proponen y aceptan. Si el cerebro propone tabaco y el individuo enciende el cigarrillo no hay solución.

La red neuronal no tiene garantizada la racionalidad. No es, siempre, psicológicamente adecuada respecto a la probabilidad. El individuo debe protegerse de la psicopatología neuronal. Debe hablar con su cerebro desde la racionalidad, desde el sentido común.

Siempre estamos hablando con el cerebro. El problema es lo que le decimos. No bastan las palabras. 

Primero tenemos que creerlas.  

viernes, 25 de marzo de 2011

El cerebro, sin embargo, existe



En contadas, muy contadas ocasiones, los compañeros se han interesado en estas cuestiones del cerebro y el dolor. Sigue imperando la estrafalaria idea de que el dolor surge de los tejidos, equivalente a la de que la visión surge de los ojos o el olfato de las narices.

Simple y llanamente: para la Medicina el cerebro no existe. No hay procesos cerebrales que dan lugar a lo que percibimos. Sentimos el cuerpo de forma pasiva, según se producen las incidencias. Si no hay incidencias la conclusión es obvia: el dolor es psicológico, funcional, psicosomático, somatoforme o como se lo quiera llamar. Cualquier denominación vale. Cualquiera menos la que señala al cerebro como órgano virtual, como responsable.

Por la consulta pasan, por turno obligatorio, residentes de Medicina de Familia, Medicina Interna y Psiquiatría. Intento dejarles la marca cerebral, la obligación de considerar al cerebro como parte del organismo, en igual medida que el hígado, los riñones, la piel o el sistema inmune. Les pregunto por su opinión: "es interesante... en parte te doy la razón... tengo que oír más versiones..." 

Doy por sentado que en el futuro seguirán aplicando la idea estrafalaria de que el dolor es una cuestión de tejidos dolientes y que el remedio se limita a un bloqueo químico de una cuestión meramente química. Las expectativas y creencias no existen. No hay procesamiento de información. Por supuesto la única verdad es la de los protocolos de los especialistas políticamente correctos, por más que estén esponsorizados por Farmaindustria.

Manuela pasó por la consulta voluntariamente, interesadamente. Es de los contados, muy contados casos, de una compañera que se concede la oportunidad de descubrir la presencia del cerebro en el día a día de la consulta. Le pedí que escribiera algo para el blog. Aceptó y esto es lo que ha escrito:    


NOCICEPCION

Manuela Rodriguez Jiménez
Residente de Familia


¡He descubierto el cerebro!

Esta vida no deja de sorprenderme. Tengo 50 años. Treinta estudiando Medicina. He aprendido de aquí y de allá (en los últimos tres años me he empapado de la vida hospitalaria como médico residente). Sigo aprendiendo y maravillándome, a veces, de personas y de conceptos de los que antes nunca había oído hablar y este es el caso del que ahora voy a escribir.

Hay varias preguntas que me hice el primer día que caí por la consulta de Arturo, quien, muy amablemente, me acogió como Residente.

¿Cómo en treinta años yo no había oído ni leído nada acerca de los conceptos que desde hace tantos años compartía Arturo con sus pacientes y con quien quisiera escucharle? ¿Dónde he estudiado medicina? ¿Por qué esto no se enseña en la Universidad? Son cuestiones que antes nunca me había planteado (lo cual me deja con la sensación de que existen muchas más cuestiones que me quedaré sin conocer)...

El concepto que me han inculcado en la Facultad y, posteriormente, en la Consulta y durante la Residencia es el de la generación del dolor allá donde duele, a veces con o sin inflamación, a veces con causa y a veces in ella y su tratamiento con analgésicos, antinflamatorios sistémicos o tópicos, infiltraciones, ionizaciones, tracciones, manipulaciones... ones, ones, ones... todo ello sin mencionar al cerebro para nada.

Claro que había estudiado el cerebro, las neuronas, las vias de conexión entre el exterior y el interior pero todo desde un punto de vista anatómico y funcional, no como lo conozco ahora, como un sistema integrador de señales del exterior y el interior, de nuestras vivencias, de nuestros miedos... El cerebro es un padre evaluador de los peligros que corre su hijo (organismo), que trabaja por probabilidades, que no es perfecto y que a veces, para salvaguardar la integridad de su hijo, comete errores interpretativos y le convierte en enfermo alejándole de sus proyectos vitales, todo en aras de su integridad física y de forma equivocada.

Yo había tratado el dolor y la enfermedad en general, como me habían enseñado, actuando allá donde duele. En todas las especialidades por las que había rotado, como Traumatología, Rehabilitación o la Unidad del dolor, aplicaba esta teoría, como los demás, sin plantearme nunca ninguna mínima duda al respecto. Ahora sé, por haberlo comprobado, tras varios días en la consulta de Arturo, que, por ejemplo, un dolor lumbar o cervical no se produce a esos niveles sino allí en el cerebro, y que, este, muchas veces, comete errores en la evaluación del peligro que supone forzar esa zona y, por ello, va a estar mandando continuamente mensajes que perpetúan el dolor y la enfermedad.

Mi evaluación personal, después de haber compartido con Arturo una semana de consulta (una de sus últimas semanas de ejercicio profesional antes de jubilarse, que no retirarse...) es que a partir de ahora mi vida como médico ya no será como hasta hace una semana. Pienso emplear la Pedagogía con aquellos pacientes que quieran escucharla pues he comprobado que con el conocimiento se puede combatir el dolor (casi nada; hasta hace una semana esta frase no me la habría creído ni yo...)

Gracias Arturo por darme una nueva visión de la enfermedad. Pienso seguir en contacto contigo y, si no te importa (ya sé que no) te consultaré de vez en cuando...

jueves, 24 de marzo de 2011

Kindling



Tendemos a buscar en un suceso una causa, allí y entonces. Todo es por algo. Si algo duele queremos dar, en ese lugar y momento preciso, con aquello que lo ocasiona, la condición causal que, necesariamente, está operando allí y entonces. Algo enciende el fuego. Puede haber condiciones favorables (sequedad, viento, alta temperatura...) pero necesitamos una colilla y unas hierbas secas, una pequeña brasa de la barbacoa. En condiciones normales la colilla y la brasa no incendian el bosque. Se necesita el estado de peligrosidad de incendio.

La red neuronal enciende y apaga programas, en función de las necesidades. Los estímulos nocivos encienden el programa perceptivo del dolor. Un estímulo suficientemente nocivo enciende proporcionalmente dolor... pero a veces estímulos irrelevantes o incluso sin estímulo se ha encendido el sufrimiento, la crisis. Ha habido incendio sin colilla ni brasa de barbacoa. Ni siquiera había condiciones sensibilizantes: viento, alta temperatura, sequía...

Hacia los 80 tuve conocimiento de un término para mí desconocido: kindling. Siento una atracción irrefrenable por lo que desconozco. A veces la incursión en lo novedoso no me lleva a ninguna parte pero esta vez no fué así. El kindling era una cuestión interesante, característica de la red neuronal. Rompía esquemas oficiales y abría nuevas perspectivas.

Podemos aplicar un estímulo subumbral y no obtener, lógicamente, ninguna respuesta pero si repetimos ese estímulo de forma impredecible (arrítmica) , especialmente si ello sucede en el mismo escenario y con el sujeto convenientemente estresado acaba produciéndose una respuesta tras la aplicación de un estímulo que en condiciones normales pasa desapercibido. No acaba ahí la cuestión. Si seguimos aplicando el estímulo llega un momento en que la respuesta se genera espontáneamente, sin estímulo. Se ha producido el kindling, la facilitación de encendido de la respuesta, el incendio con colilla primero y más tarde el incendio espontáneo sin colilla.

La red neuronal tiende a facilitar sus encendidos en cuestiones trascendentes. La destrucción de tejidos y el desarraigo en el grupo son cuestiones trascendentes. Si duele o andamos desanimados buscamos la causa. No siempre encontramos al pirómano intencionado, un episodio de necrosis (una infección, un desgarro, una quemadura...) o un suceso o estado deprimente. A veces sólo hay colillas, pequeños contratiempos, posturas mantenidas... cosas que normalmente no encienden el desánimo ni el dolor. Cada vez aparecen con más frecuencia, saltan "a la menor" y finalmente aparecen sin más... Kindling habemus. 

El conocimiento de la existencia del kindling nos libera de la obsesión de buscar siempre una causa suficiente a todo. La red neuronal anda hipersensible, mosqueada. Enciende programas por su condición anticipatoria. Primero con estímulos subumbrales y más adelante por chispazo espontáneo.

En la migraña se da con frecuencia el kindling. Los neurólogos hablan de migraña transformada. El padeciente tiene crisis de cuando en cuando pero de un tiempo a esta parte las crisis se hacen más frecuentes e incontrolables. Sostienen los neurólogos que ello es debido al abuso de analgésicos. Todo puede influir pero en el fondo está la condición propia de la red, su tendencia al calentón anticipatorio, a encenderse sin más. Basta el estrés de la alerta, la expectativa, la repetición impredecible de estímulos y escenarios para que acabe encendiéndose el fuego, sin colillas ni hierbas secas...

Sucede lo mismo con el desánimo y la euforia. Las oscilaciones habituales según nos vayan las cosas se facilitan y las pequeñas contrariedades disparan bajones y subidones reactivos. Empieza a afectarnos todo. Nos venimos abajo por minucias y acabamos melancólicos sin saber por qué...

La red neuronal es así y es importante tenerlo en cuenta. De otro modo nos pasamos la vida buscando sin éxito estímulos suficientes. En estos casos es necesario inyectar realidad a la red, conocimiento, responsabilidad, afrontamiento sin parches externos, desensibilización, sosiego... La tendencia al kindling irá reduciéndose hasta que, sin saber tampoco por qué, hemos dejado de padecer dolores y desánimos. La red ha vuelto a la condición normal, a la proporción entre estímulo y respuesta.

El kindling no es bueno ni malo. Existe y facilita el aprendizaje. El problema está en los contenidos. Facilita errores y aciertos, capacidades e incapacidades. Nos permite desvelar la realidad con trazos mínimos de estímulo o anticiparla, tenerla presente, estar en guardia...

- Cada vez duele más... ya los analgésicos no me hacen nada...

- Es el kindling. Su cerebro ha perdido la medida de la realidad. Anda a su aire, caótico, encendiendo sin ton ni son las alarmas...

- ¿No hay nada contra eso?

- Bueno, en la epilepsia también hay kindling y damos fármacos que lo suavizan. También se utilizan en la migraña y en el trastorno bipolar. Son "neuromoduladores".

El kindling está ahí para amargarnos o endulzarnos la vida, para paladearla o aborrecerla... para aprender a catar vinos o productos químicos ambientales (Sensibilidad química múltiple).

Para neuromodular no hay como dejar que la realidad y no la imaginación guíe los encendidos de la red. De otro modo el cerebro se lía a generar encendidos con mínimos estímulos en cervicales, lumbares, cabezas y almas...

miércoles, 23 de marzo de 2011

El cerebro migrañógeno



Sostienen los neurólogos políticamente correctos que un cerebro migrañógeno (generador de migrañas) es un cerebro hipervigilante, hiperexcitable, sensible.

Cierto. Todos los cerebros lo son. Ese es su trabajo. La neurona es una célula especializada en sensar y excitarse con lo sensado. Un cerebro (incluido el migrañógeno) es un órgano constituído por neuronas, miles de millones de neuronas, conectadas cada una de ellas con varios miles de puntos (sinapsis). La función de esa formidable red de conexiones es generar conocimiento para decidir cuándo y dónde excitarse y cuándo y dónde no hacerlo. El cerebro gestiona la relevancia del tiempo-espacio. 

El cerebro no es una persona interior que vela por nuestros intereses y atiende nuestras demandas. El cerebro no es un mayordomo. Hay innumerables cerebros. Uno para cada lugar, momento y circunstancia. 

El cerebro emula, representa la realidad, valora sus probabilidades, anticipa su posible impacto sobre el organismo.

El cerebro migrañógeno proyecta su hipersensibilidad hacia la consideración de la amenaza física. Construye una representación de la cabeza como un lugar vulnerable, sensible, sometido a todo tipo de estreses por la conducta del individuo. Alimentos, quebraderos de cabeza, cambios (hormonales, laborales, meteorológicos...), hambres y atracones, excesos y defectos de sueño, esfuerzos y reposos... cualquier estado o acción del individuo puede generar en el cerebro migrañógeno un estado de desasosiego probabilístico referido a la cabeza. El temor, con frecuencia, afecta sólo a media cabeza. 

El desasosiego migrañoso lo siente el individuo en forma de barrunto. Los neurólogos lo llaman "pródromo". El desasosiego permite deducir al padeciente que ese día o el siguiente toca migraña. En realidad la migraña ya está servida, ya ha comenzado. El cerebro ha seleccionado el estado de alerta para ese lugar, momento y circunstancia. Se ha activado la hipersensibilidad al posible daño físico. 

¿Por qué?

Vaya usted a saber. Son corazonadas del cerebro. Predicciones, miedos de los sistemas de memoria. Sólo conocemos sus consecuencias. Tampoco conocemos por qué los sistemas de memoria del sistema inmune activan la inflamación cuando el aire contiene polen. Le llamamos alergia y proponemos soluciones.

- Tengo alergia al polen...

- Tengo migraña a las zanahorias...

- Si hay polen de gramíneas estornudo

- Si como zanahorias me duele la cabeza...

El sistema inmune puede ser hiperexcitable, hipersensible al polen de las gramíneas cuando debiera resultarle indiferente.

El cerebro puede ser hiperexcitable, hipersensible a las zanahorias cuando debieran resultarle irrelevantes.

Un cerebro migrañógeno es un cerebro que gestiona erróneamente la peligrosidad de lo que el individuo hace o la seguridad interna. Un cerebro migrañógeno presagia inflamaciones, desgarros arteriales, aumentos de presión, muerte celular violenta...

Todos los cerebros son de natural alarmista, hipersensibles, hiperexcitables. Con el tiempo pueden volverse más sensatos y situar el peligro en la banda de la probabilidad razonable o construir una teoría de vulnerabilidad a cualquier minucia.

El cerebro migrañógeno nace. Los genes humanos construyen cerebros potencialmente migrañógenos, cerebros condenados a construir conocimiento sobre lo peligroso. El cerebro aprende a valorar peligrosidades varias. Lo hace a golpe de experiencia de daños físicos previos, observación de daños ajenos, relatos, instrucciones... El cerebro humano ha nacido migrañógeno potencial y esa potencialidad se esfuma o consolida en función del rumbo que tome el aprendizaje.

Una crisis de migraña es una decisión de extremar la alerta aun cuando nada haga prever que en la cabeza suceda algo terrible. El miedo cerebral al daño segrega dolor hacia el individuo y el dolor genera en el individuo miedo a que algo esté sucediendo para que esté doliendo, algo que genera una perturbación suficiente como para producir dolor en la zona doliente.

Sostienen los neurólogos que el cerebro migrañógeno viene ya determinado de fábrica y que nada puede hacer el afectado mas que hacerse a la idea que es así y procurarse una vida monacal, sin chocolates, quesos curados, estreses, canas ni cañas al aire, fines de semana ni cualquier condición que implique una variación.

Para los neurólogos no existe aprendizaje cerebral para estas cuestiones del dolor. Todo está en los genes y nada se aprende. Nacemos hambrientos, sedientos, dolientes, cansados, frioleros, calurosos, picajosos...

El padeciente del cerebro migrañógeno, dicen, debe asumir su condición y aprender a defenderse: En primer lugar debe dejarse contagiar por su cerebro hipersensible, hiperexcitable, miedica, hipocondríaco, fóbico, promotor de adicción a todo tipo de consumos que calman su desasosiego. Los neurólogos recomiendan informarse debidamente en la condición migrañosa, consolidar las convicciones erróneas, la creencia en la vulnerabilidad de la cabeza.

La potencialidad migrañosa del cerebro humano no está determinada en los genes sino en la interacción de estos (la genética de la función hipersensible neuronal) con un entorno rebosante de material escolar (experiencia propia y ajena, relatos, instrucción experta) facilitador de la condición migrañosa aprendida. 

Aprendemos a valorar sucesos y estados pasados, presentes y futuros. Es ley de vida neuronal. 

Un cerebro saludable es un cerebro razonable. No nacemos razonables sino, más bien, lo contrario. La racionalidad hay que conquistarla, merecerla. Un migrañoso no ha hecho nada para merecer sus crisis. No se ha autoinyectado gérmenes en las meninges, no se ha provocado un desgarro arterial interno ni se ha golpeado violentamente la cabeza contra una esquina. Se ha limitado a comer chocolate, queso curado... Acciones inocentes...

Los frailes nos advertían de los pecados de pensamiento además de los de obra. Nadie se comía un rosco y se nos iban los miedos a la condenación eterna por obra de lo pensado aun cuando no hubiéramos obrado.

El cerebro actúa respecto a lo que sucede y también lo que imagina.

El cerebro también genera dolor por obra de un estado nocivo o, simplemente, por temor a él... Peca de pensamiento aun cuando no se coma ningún rosco necrótico... 

martes, 22 de marzo de 2011

Síntomas



Un síntoma es una percepción corporal que hace referencia a un estado alterado o inconveniente.

El síntoma da la alarma, incita a una conducta y a una indagación.

El síntoma no es nada en sí mismo. Lo que importa es lo que significa.

El dolor es un síntoma. Algo sucede en la zona doliente o algo teme el cerebro que pueda suceder en ella. Habrá que indagar si, realmente, sucede algo relevante o se trata de una falsa alarma, una prevención alarmista del cerebro.

El síntoma es, generalmente, molesto, desagradable, penoso. Quien lo padece buscará el modo de librarse de él. Hay dos formas de hacerlo. Descubriendo la causa y neutralizándola o limitándose al efecto, el propio síntoma.

- Tengo hambre. Deme algo de comer...

o

- Tengo hambre. Deme algo contra el hambre...

El síntoma solicita una conducta. Si el individuo la sigue, el síntoma amaina. No siempre la conducta solicitada  conviene al organismo (por ejemplo, comer si existe obesidad).

La Medicina sintomática aporta remedios antisíntoma: antialgésicos, antiinsommios, antidepresivos, antitusígenos... y desconsidera su origen y función. La simple corrección del síntoma no quiere decir que hayamos mejorado la condición que lo causa. Probablemente suceda lo contrario.

-¿Qué tal?

- Mejor. Duele menos...

El efecto del analgésico se produce porque hemos manipulado las comunicaciones entre la zona afectada y el cerebro o porque hemos activado la expectativa de una solución (placebo). El analgésico no actúa sobre el proceso. Desconectar la alarma no impide que el ladrón robe.

El desánimo es un síntoma. Algo no va o no va a ir bien. No es aconsejable la inversión en esfuerzo.

- ¿Qué tal?

- Mejor. Estoy más animado...

De la mejoría del ánimo no se deduce que el individuo está en mejores condiciones para afrontar la adversidad ni que la hayamos aliviado.

Cuando inicié mi periplo profesional aplicando pedagogía sobre biología del dolor preguntaba por el síntoma, pensando que así sabría si la acción pedagógica había sido eficaz.

- ¿Cómo va?

- Parece que funciona. No he tenido migrañas.

Con el tiempo aprendí a desconfiar. Ya no pregunto por el dolor, por el síntoma. Me centro en el proceso.

- ¿Qué ha entendido? ¿Lo cree?

El objetivo ideal de la acción profesional es ayudar al organismo a defenderse de las situaciones adversas cuando disponemos de esa capacidad. Primero hay que identificar lo adverso: un germen, un cáncer, una carencia hormonal... o un error evaluativo cerebral y aplicar el remedio: antibióticos, quimioterapia, hormonas... o pedagogía, correctores evaluativos, información.

Los padecientes están instruidos en la Medicina sintomática. No hacen demasiadas preguntas sobre las causas o se conforman con cualquier respuesta. Lo que quieren es librarse del síntoma.

- Necesito una solución, algo que me quite el dolor para poder llevar una vida normal...

- Primero hay que saber por qué duele...

Pregunto en la consulta por las expectativas:

- ¿Qué prefiere: saber por qué duele o un analgésico eficaz?

Hay división de preferencias.

Una vez descartada una causa relevante en la zona dolorida es evidente la necesidad de actuar sobre la falsa alarma. Hay que modificar falsas creencias y expectativas cerebrales y convencer al individuo que, en caso de  error evaluativo, debe dar un giro de 180º a la conducta de afrontamiento.

- El dolor es debido a un error cerebral de valoración de amenaza. No tiene sentido que se obedezcan los miedos erróneos de su cerebro. No se meta al cuarto oscuro, no tome el tóxico adictivo, prosiga con su actividad...

No es tarea fácil. El dolor contiene el miedo ancestral de la vida a la muerte y consigue con su condición sufriente intimidar al padeciente.

- Tengo pánico al dolor. Ya sé que no pasa nada, que debiera continuar con mis tareas y no tomar calmantes pero el dolor me puede...

Los relatos de afrontamiento activo, respondón, del individuo frente a su cerebro alarmista, fóbico, son de todos los tipos. A veces gana la cordura y el dolor se disipa y otras vencen las memorias traumáticas del miedo, de las crisis previas.

- Deme algo para el dolor. Necesito una solución...

La petición es comprensible pero no deja de ser otro síntoma..

lunes, 21 de marzo de 2011

Dolor, depresión e indefensión



Se produce indefensión cuando algo que le afecta a uno no resulta comprensible, predecible ni controlable.

El dolor y desánimo crónicos o recurrentes no justificados cumplen con esas condiciones.

No hay un marco interpretativo suficiente, no es predecible el cuándo, cuánto, dónde ni por qué ni el padeciente tiene recursos para controlarlo.

El padeciente no sólo está indefenso sino que es juzgado y condenado en cierto modo ya que se considera que ha llegado a esa situación por culpa suya (genes y mala autogestión). También se espera que el indefenso, ya que no es capaz de remontar, al menos lleve su situación con dignidad y no perturbe demasiado el buen rollo ajeno.

El dolorido-desanimado no entiende lo que le pasa. Le aseguran que no tiene nada. No hay motivos para el lamento y la desgana. Es una situación imposible de sobrellevar. Estar bien y sentirse fatal. Por eso el padeciente prefiere que le encuentren algo, que le faciliten etiquetas de enfermedad. Son etiquetas que no aportan nada. Más bien consolidan la indefensión. Contienen la condición del estigma, de lo irresoluble. Remiten a errores pasados o a padecimientos misteriosos. La etiqueta alivia cuando se recibe pero hipoteca el medio y largo plazo. Precipita la condición de invalidez (si se tiene éxito en conseguirla).

El dolor y el desánimo afloran de forma impredecible, caótica. El padeciente aprovecha los respiros para darse una bocanada fugaz de vida ante la mirada recelosa de los prójimos de turno que no entienden cómo se puede tener el descaro de vivir estando con dolor y sin gana. El cerebro participa de esa reprobación y espera a que acabe la fiesta para aplicar el castigo por salirse del guión de enfermedad.

Al padeciente le llueven remedios y consejos, bálsamos y ánimos, generalmente inútiles. Los prójimos se sienten molestos por la resistencia a la mejoría y se encojen de hombros con la conciencia tranquila de haber hecho todo lo que está en su mano y con la sospecha de que el padeciente no "pone de su parte".

Los profesionales están optimistas consigo mismos. Proclaman nuevos remedios, avances espectaculares. Muestran fotos del cerebro sacándole los colores a los déficits y excesos. 

El padeciente confía, sobre todo si es novato en la condición. Lo prueba todo con esperanza y bolsillo decrecientes. Su sufrimiento avanza en proporción directa a lo que se dice avanzan las promesas de solución.

El organismo se convierte en el carcelero del padeciente. Este se ha convertido en alguien incapaz y peligroso, alguien al que no se deben conceder oportunidades pues no se espera nada bueno estando como está el aparato músculoesquelético, las serotoninas, la memoria, la energía y los prójimos.

El dolor y el desánimo son los sicarios de un cerebro catastrofista que prefiere ver al individuo enjaulado. La indefensión permite el enjaulamiento con la puerta abierta. No hacen falta vigilantes. El padeciente ha renunciado a huir. Sólo quiere que le dejen en paz en su retiro, rumiando su condición indefensa en la que nada se entiende, predice ni resuelve.

Cuesta tirar de los indefensos, hacerles ver que deben reaccionar, esforzarse en entender, predecir y controlar.

- No es una enfermedad. Es su cerebro. Ha construido una idea de organismo indefenso, vulnerable, incapaz. El cerebro es un órgano virtual, como el sistema inmune. Ven peligro e insuficiencia muchas veces donde no la hay. No colabore con ellos cuando estén equivocados. 

Defiéndase.

  

sábado, 19 de marzo de 2011

Está usted deprimido



A los padecientes de dolor crónico se les supone deprimidos. No hay que molestarse en preguntarles sobre su estado de ánimo. Puede, incluso, que contesten que es bueno y que sería aún mejor si no tuvieran dolor.  

- ¿Cómo anda de ánimos?

- Bien. Si no tengo dolor me como el mundo.

- Está usted deprimido. Por eso le duele.

- No me siento deprimido.

- Bueno. No hace falta sentirse deprimido para estarlo. Es típico de "la depresión": su carácter oculto, su invisibilidad ... para el padeciente pero no para nosotros, los profesionales.

Para muchos profesionales el dolor surge del desánimo. Para los padecientes la relación es la contraria: el desánimo surge del dolor.

El organismo proyecta al individuo sus valoraciones, sus estados de ánimo, incertidumbre y pesimismo. El cerebro es un órgano virtual generador de decisiones perceptivas, interpretaciones, predicciones. 

Si duele quiere decir que el cerebro valora, con más o menos fundamento, amenaza de daño en los tejidos.

Si hay desánimo se puede inferir que el cerebro no quiere promover esfuerzo individual tal como están las cosas.

El programa inflamatorio, el de dolor y el del desánimo tienen mucho en común. Las moléculas proinflamatorias activan el cerebro deprimente. Podemos engañar al organismo administrando lipopolisacárido, una molécula de la cápsula de algunas bacterias. El cerebro activará el programa de sentirse enfermo. El lipopolisacárido engaña al cerebro.

El cerebro es un órgano falible... y cándido. Se le puede dar gato por liebre. Convencerle de que hay enfermedad o lesión sin haberla.

El cerebro deprimente está conectado con el cerebro evaluativo. Las ganas no son algo que el individuo pueda ponerse y quitarse. Se encuentra con y sin ellas, a veces conociendo las causas y otras ignorándolas.

El cerebro puede estar equivocado al proyectar percepciones. Sus evaluaciones pueden ser erróneas, catastrofistas, pesimistas. El YO de los tejidos y el YO de la interacción con el mundo pueden estar estimados como enfermos o incapaces sin serlo. Un entorno rebosante de recursos puede valorarse como precario o adverso. 

El individuo no recibe muchas explicaciones sobre lo que percibe. Se siente dolorido y desanimado. Eso es todo. Si no hay enfermedad ni adversidad tangibles el cerebro no apaga los programas sino todo lo contrario. Da una vuelta de tuerca al sufrimiento para forzar la conducta de enfermo.

Muchos padecientes doloridos y agotados rehuyen la etiqueta de la depresión. Tienen razón. Ellos se sienten físicamente enfermos y necesitan una etiqueta de enfermedad física. Por ejemplo: "fibromialgia".

Hay quienes aceptan la etiqueta de "depresión" pero sólo a condición de que provenga de alguna condición biológica (genes, neurotransmisores, huesos, articulaciones...) deficiente que les exculpa de su génesis. Residir en un organismo pobre en serotonina, con huesos y articulaciones desgastadas, músculos sin energía... es deprimente. El residente se limita a ser una víctima. Le ha tocado la mala suerte de residir en ese deficiente cuerpo.

A muchos profesionales les convence la propuesta de las explicaciones moleculares. La depresión es un estado inflamatorio soterrado. Sueñan con aplicar remedios caros, sofisticados, anti-factor alfa de necrosis tumoral, estimulación vagal... Guerra a las citoquinas, a los mensajeros...

El individuo va perdiendo protagonismo, sentido, responsabilidad...

- No me siento nada bien y no sé por qué.

- Tiene todo inflamado. Huesos, músculos, articulaciones. Su mente también está inflamada, enferma... El estrés, los genes... Déjeme la tarjeta genómica...

viernes, 18 de marzo de 2011

Este deprimente cerebro



Todo cuanto sentimos procede de la puesta en escena en la consciencia de un determinado estado de conectividad. Los estados de ánimo no son una excepción. Si sentimos desánimo es porque se han activado necesariamente las áreas cerebrales que lo generan. El porqué ha sido así ya es otra cuestión, la cuestión.

El cerebro genera dolor, sufrimiento físico, por obra y gracia de una evaluación de amenaza física referida a un momento, lugar y circunstancia.

El cerebro genera percepción de desánimo por obra y gracia de una evaluación pesimista de la interacción del individuo con un momento, lugar y circunstancia.

El dolor está vinculado a la integridad física de los tejidos. El desánimo a la autoestima del organismo como sujeto que interacciona con el entorno, físico y social, a su capacidad de afrontamiento y previsión de resultado.

El cerebro es una estructura narrativa. Funde pasado, presente y futuro y presenta al individuo su evaluación predictiva sobre beneficio-perjuicio, capacidad-incapacidad, éxito-fracaso, aprecio-desprecio social, autoestima...

La evaluación pesimista cerebral activa el programa denominado: "respuesta de enfermedad", un programa que nos hace sentirnos mal, desanimados, doloridos, adinámicos, desinteresados en la interacción con el entorno, sumidos en una reflexión rumiante sobre los aspectos negativos de acciones propias y ajenas del pasado reciente y lejano.

Cuando estamos enfermos, los tejidos afectos liberan moléculas señal (citoquinas) que activan receptores neuronales periféricos (nervio vago) y centrales. De ese modo el cerebro sabe que hay problemas de muerte celular, local o sistémica. Las citoquinas encienden los programas que nos hacen sentir enfermos y nos incitan a conducirnos como tales. Apetece quedarnos en cama, desentendernos de las obligaciones y compromisos y estar fuera de juego como individuos operativos para centrarnos en consideraciones catastrofistas.

Tal como sucede con el dolor, que, irrumpe sin que conozcamos los motivos y sin que los profesionales tampoco los desvelen, sucede con los desánimos. Pueden envolvernos sin que haya motivo relevante.

Al desánimo sin causa desanimante aparente le llaman depresión.

La depresión inexplicada surgiría, según dicen, de la incapacidad cerebral de producir suficiente cantidad de moléculas necesarias para afrontar adversidades y carencias, propias y ajenas. En concreto, poca serotonina, la droga de la felicidad y el optimismo.

Un cerebro doliente es un cerebro hipersensiblero, hipervigilante, evitador de daño.

Un cerebro deprimente es un cerebro que promueve la baja estima, la evitación de fracasos

El dolor penaliza los propósitos y acciones del individuo, por motivos de seguridad física: "no te muevas pues puedes generar perjuicio físico..."

El desánimo trata de desmotivar el esfuerzo por evaluación catastrofista, de fracaso: "no te esfuerces pues no vas a conseguir nada..."; "no sirves para eso" o... "son unos canallas, no van a apreciar tu esfuerzo, van a lo suyo..."

A la depresión, tal como sucede con el dolor, le buscan y encuentran genes, moléculas que faltan o sobran.

A la depresión, tal como sucede con el dolor crónico, la consideran una enfermedad, algo que supera al individuo, algo que sigue su curso, al margen de los esfuerzos por evitarla.

La depresión, dicen, es algo biológico. Falta serotonina, factores de crecimiento (BDNF). No se fabrican nuevas neuronas en hipocampo, la corteza frontal se adelgaza...

El cerebro doliente encoge el ánimo del padeciente a golpe de tormento físico. El cerebro deprimente enchufa el desánimo para conseguir la voluntad de no tener voluntad.

Dolor y desánimo van, con frecuencia, de la mano.

Dicen los expertos que es porque la serotonina y la noradrenalina andan flojas en ambos casos y que sería buena cosa poder paliar la escasez desde fuera, con la ayuda de fármacos que estiran la presencia fugaz de la serotonina en las sinapsis, impidiendo que la neurona que la ha liberado vuelva a recaptarla, una acción incomprensible esa de ofrecer algo para retirarlo al momento.

Tal como sucede con el dolor, el cerebro tiene razones de organismo que el individuo desconoce, razones que aconsejan proyectar al individuo la percepción de que no debe esforzarse pues será inútil el esfuerzo, por culpa de la incapacidad propia o de la incomprensión y villanía ajena.

En el dolor crónico y en la depresión no explicada se registra al individuo para buscar y encontrar traumas físicos y emocionales mal reparados, genes descaminados, deficiencias químicas.

En el dolor y en la depresión hay un cerebro narrador, evaluador. Construye narraciones desde valores biológicos, evolutivos, culturales... No siempre consideramos la visión del organismo, un organismo razonablemente normal e irracionalmente instruido...

El cerebro puede proyectar al individuo dolores y desánimos sin justificación, por evaluación pesimista, catastrofista. 

Este doliente y deprimente cerebro... Ande con cuidado...